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Santa María Madre de Dios / A / 2022

 

Leer la Palabra de Dios

Leer la Hoja Dominical

 

 

 

Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.

 

 

Lectura Espiritual

LAS OBRAS  (Jn 10,22-26.30)
No debo ir a ninguna parte, tengo todo lo que necesito  
           
                                          

A los mismos fariseos que un día molestó que Jesús encumbrase a una pobre viuda que echó lo que tenía en el arca de las ofrendas, escandaliza ahora que este hombre se identifique nada menos que con Dios. Quien se escandaliza de lo modesto (las pocas monedas de la viuda) se escandaliza necesariamente también de lo excelso (Dios). Pero para quien está en el espíritu no hay modesto o excelso, grande o pequeño, no hay dualidad ni separación. No importa su grandeza o pequeñez, su sencillez o esplendor -la forma-, sino qué es -el fondo-.

La autoridad de Jesús, su aplomo al hablar y actuar, su rotundidad en el ser, su ser él mismo y no otro o ninguno, deriva se su conexión con el Padre, el Uno. Por eso los judíos tenían aún más ganas de matarle, porque no sólo no observaba el mandato sobre el sábado, sino que además se hacía igual a Dios al decir que Dios era su propio Padre (Jn 5,17-30).

 Al decir que Dios era su propio Padre, lo que Jesús estaba afirmando es, a fin de cuentas, que confiaba en su naturaleza. Al decir que sólo hacía lo que veía hacer a su Padre, estaba sosteniendo que siempre seguía su conciencia, que ya era lo que estaba llamado a ser. Al decir que no hacía nada por su propia cuenta, aseguraba que en su interior no había división. Jesús es una invitación continua a conectarnos con nuestra propia Fuente. Yo estoy en la Fuente -dice Jesús-; no debo ir a ninguna parte, tengo todo lo que me hace falta. Pero no invita a ello sólo con palabras, sino con hechos. Son los hechos los que testimonian, para quien realmente quiera verlos, quienes somos: Las obras que yo hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí.

Nuestra vida -lo sepamos o no, lo queramos o no- es un espejo de lo que tenemos dentro. Si aquellos judíos preguntaron al Mesías por su identidad no es porque no lo vieran, sino porque no lo querían ver. Para creer (para saber que Él es Él, para saber qué es vivir…) hay que ser de sus ovejas, es decir, hay que estar en el redil de la realidad, no en el de las ideas.

Al igual que el Jesús adolescente entró en conflicto con sus padres en el templo de Jerusalén -cuando se presentó ante los doctores-, entra ahora una vez más en conflicto, ya de adulto, y de nuevo ante los doctores, por el mismo motivo: su especialísima unión con su Padre. Pero hay una diferencia sustancial entre ambas escenas. Entonces, de niño, sus interlocutores (María y José) supieron guardar en su corazón lo que excedía a sus mentes, mientras que ahora, ante los fariseos, esos nuevos interlocutores, no son capaces de dar el salto al corazón, sino que se quedan en lo mental, donde las palabras de Jesús, tan radicales, no logran penetrar. Lo que en la adolescencia se disolvió suavemente -dando lugar a la vida adulta-, ahora se enquista dramáticamente (un drama que, como sabemos bien, acabará en la cruz).

Jesús no entra en conflicto con los sabios de su tiempo porque fuera un contestatario, como tantos de sus interpretes nos lo han querido hacer ver. El conflicto se plantea porque este hombre se hace una sola cosa con Dios (y eso es la oración), porque asegura que el Padre y él son uno solo ¿Hay lugar para el misterio de la unidad en un mundo dual? ¿Quién nos ayudará a superar la trampa de la separación?

El ayuno nos prepara para recibir. Lo primero es el cuerpo biológico. La limosna para dar. Lo segundo es el cuerpo social. La oración para ser. Lo tercero es el cuerpo místico, que es la celebración del cuerpo biológico y del social. La oración es ayuno de sí mismo. ¿No es la oración, al fin y al cabo, la cuestión central? Las últimas páginas del evangelio responden a este dilema. La pasión y muerte de la Luz están cada vez más peligrosamente cerca.

 Pablo d’Ors, Biografía de la luz

 

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