Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.
Lectura espiritual
LA PERSEVERANCIA (Jn 13,36-38)
Permanecer en el amor pase lo que pase
Estamos en la última Cena. Jesús está a punto de marcharse al monte de los Olivos para vivir su trágica noche. Pedro no se resigna y se destaca del resto con estas palabras: Aunque todos pierdan la confianza en ti, yo no. (Mt 26,33). No sabe hasta qué punto es flaca la devoción que cree sentir por su maestro, quien le predice sus negaciones. Las horas decisivas están por llegar. Todavía tiene que cantar el gallo, es decir, Pedro todavía tiene que despertar.
Desconcertado por el decurso de los acontecimientos, Pedro no entiende nada. Está demasiado apegado a su admiración por Jesús, por el hombre de carne y hueso. NI puede entender las últimas palabras que Jesús le dedica, signo de su misión como pastor universal: yo he rezado por ti para que no falle tu fe. Y tú, una vez convertido, fortalece a tus hermanos (Lc 22,32).
Señor, ¿adónde vas? Ésta es siempre la pregunta del amado. Queremos ir donde dicta nuestro corazón; pero hay algo en nuestro corazón, que todavía no lo quiere del todo. A donde yo voy no puedes seguirme por ahora; me seguirás más tarde. Hay que esperar, no nos guste. Hay que prepararse, la vida no puede darse de golpe, cuando a uno le da la gana, sino poco a poco. ¿A qué esperar? A irnos pareciendo al Hijo. A llegar a ser otro Cristo.
Cuando padecemos una crisis de ansiedad, no queremos ni oír hablar de que nos hagan esperar. Cuando los jóvenes toman un camino equivocado, nos parece muy bien decir que conviene esperar a que vuelvan al camino correcto, pero sólo si no son nuestros hijos. ¡¿Esperar a qué, Dios mío?! Le enmendamos la plana a Dios en más de una ocasión, vaya eso por adelantado. La dificultad de esperar radica en que creemos que nuestro ritmo es mejor que el propuesto por Dios. Que Dios, por decirlo claramente, es demasiado lento.
Pero entonces -nos preguntamos- ¿es bueno que mis hijos se hagan un daño irremediable? ¿Es bueno no entender, claudicar de nuestro impulso a comprender, rendirse a lo que hay y abandonar la lucha? Esperar es mantener con buen ánimo la tensión del cumplimiento.
Te lo aseguro, cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas a donde querías; cuando envejezcas, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará a donde no quieres (Jn 21,18). Se trata de esperar hasta llegar al punto en que dejes de decirle a Dios qué es lo que tiene que hacer para ser Dios. Hasta el punto en que aceptas con tranquilidad y alegría lo que Él decida. Este es un camino muy largo, desde luego: hay que atravesar mucha debilidad física, mental y espiritual -imbricadas una en la otra- para llegar a una espera así, tan pura y desinteresada.
Lo primero que debe aprender Pedro es a devolver la espada a su vaina. Simón Pedro, que iba armado de espada, la desenvainó, dio un tajo al siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha (Jn 18,10-11). No es así como debe entregar su vida, la no violencia es siempre la primera lección. En segundo lugar, debe aprender a reconocer su traición: Salió afuera y lloró amargamente (Lc 22,54-62). El fracaso es la segunda lección. Debe aprender a beber la copa que le dará el Padre. Ésta es la lección definitiva. Con esa copa, Pedro podrá identificarse por fin con su amado maestro, por quien con tan inconsciente y prematuramente había asegurado querer dar la vida.
Nos asusta la enfermedad y la vejez no tanto por el dolor o los achaques que comportan, sino porque nuestro desvalimiento implicará que no seremos autosuficientes y que dependeremos de los demás. Todos queremos amar -¡claro!- pero no ser la ocasión para que otros nos amen. Nos gusta amar activamente, pues así nos autoafirmamos.
La lección pendiente para cualquiera de nosotros es la pasividad: pasar del hacer al ser, de la actividad a la contemplación. Ser para que otros hagan y contemplar lo que los otros hacen (también en nosotros). Eso es lo que todo discípulo debe aprender: no a ser un héroe, sino precisamente un discípulo.
Hay que aprender a esperar, a perseverar, a permanecer pase lo que pase, en el amor y en la oscuridad. La vida la damos, lo queramos o no, pero a menudo no en el modo que nos gustaría. Darla requiere tres pasos. Uno: superar la tentación de la violencia (pensar que podemos imponer nuestra voluntad). Dos: llorar por nuestra flaqueza y purificar nuestra intención. Y tres: esperar a que el amor nos vaya ablandando. Esperar a estar por encima de los propios deseos. Esperar para dejarse forjar por el Espíritu a imagen de Cristo, a su ritmo.
Pablo d’Ors, Biografía de la luz