Lectura Espiritual
La multiplicació dels pans i dels peixos
«Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?». (Jn 6,1-15)
Todo comienza aquí gracias a que Jesús cruza a la otra orilla: desplazarse físicamente de un lugar a otro es una invitación a desplazarse también a un lugar mental diferente.
El cuerpo y el corazón deben ir preparando la iluminación, pero el trabajo espiritual no está aún hecho hasta que entra en juego el alma y se sube a la montaña. La montaña es el paisaje que mejor representa la cercanía del cielo a la tierra. Así que Jesús se encarama a la cima para que quienes le escuchan suban a un nivel de comprensión superior.
Estaba próxima la pascua. La pascua es siempre el contexto de la iluminación, puesto que iluminarse es pasar (pascua) de lo ilusorio a lo real, de la muerte a la vida.
Cierto que toda aquella gente no estaba ahí para participar en ningún rito ni para recibir ninguna enseñanza. Pero no habríamos comenzado el camino espiritual si antes, en algún momento si no hubiéramos reconocido que estamos enfermos. Es la sed la que nos lleva al agua, la enfermedad la que nos pone en estado de búsqueda. ¿A qué hemos venido aquí sino a escuchar que lo bonito es posible y que lo nuestro tiene solución?
Jesús ve la necesidad de la gente, siente compasión por ellos, se hace cargo del mundo, no vive como si lo ajeno no fuera con él. Desde lo alto de ese monte, Jesús está viendo, en todos y cada uno de los que le escuchan, todos los anhelos y frustraciones, todos los intereses y miserias de los que se han congregado. Jesús ve todo eso con suma claridad, ya que está acostumbrado a leer en el alma humana.
Entre los presentes no está, posiblemente, la gente que a él le habría gustado que ese día le acompañara; pero están ahí los que han escuchado su invitación y quienes, por un motivo u otro se han puesto en marcha. En realidad, nada ni nadie es ajeno a Jesús. Quizá sea esto lo que más le caracteriza: que el drama de los otros, sean quienes sean (ricos o pobres, buenos o malos…), es siempre el suyo. No es indiferente a nada ni nadie, ni mucho menos inconsciente. ¿Qué puedo hacer yo?, esa es la pregunta que siempre le suscita la visión de la humanidad.
Los discípulos (que por eso son todavía discípulos) no tienen una mirada tan profunda. Ellos se limitan a ver lo de fuera, lo material: cinco panes y dos peces; no ven más allá, no están entrenados a distinguir en la hondura, se quedan en los hechos brutos y tozudos.
Y no sólo: se sacuden los problemas, como si con ellos no fuera el asunto: habrá que despedirles –llegan a decir–, habrá que decirles que se vayan a sus casas. Sacudámonos ese muerto, escapémonos de este compromiso, digamos algunas palabras para quedar bien y que nos dejen en paz. La mirada puramente materialista desemboca siempre en la falta de compromiso y en la irresponsabilidad. La mirada contemplativa, por contrapartida, supone hacerse cargo de lo que hay y asumirlo como si fuera propio, puesto que verdaderamente lo es.
Pablo d’Ors. Biografía de la luz