Venderlo todo
Se camina mejor sin equipaje
Es más fácil para un camello PASAR POR EL OJO DE UNA AGUJA que para un rico entrar en el Reino de Dios (Mt 19,24)
Pasar un camello por el ojo de una aguja es sin duda una tarea absurda y demencial. ¿A qué viene esta exageración? Jesús pretende que nos demos cuenta de la desproporción entre el hombre y Dios, que veamos la imposibilidad de llegar a Él por nuestros meros esfuerzos.
La tendencia natural, reforzada por un sinfín de interpretaciones, es ver en esto del camello y del ojo de la aguja un conflicto irresoluble entre lo material y lo espiritual. Si tienes bienes -ésa parece la conclusión-, no puedes seguir un camino espiritual. Una perspectiva ante la que no es de extrañar que muchos se desalienten y abandonen.
Per ¿qué pasaría -me pregunto- si entendiéramos esta afirmación de Jesús subrayando la íntima relación que existe entre lo espiritual y lo sencillo? Todo lo espiritual es sencillo, la sencillez es el criterio para saber si algo es o no espiritual. Diría todavía más: todo lo sencillo es espiritual, es decir, alimenta el alma y nos da vida. La vida es el único criterio de la espiritualidad.
La vida de una persona rica, en cambio, casi nunca es sencilla. Los ricos tienen siempre muchas cosas en que pensar: dónde invertir su dinero, por ejemplo, qué comprar para rentabilizar su capital, cómo proteger sus posesiones e intereses, a quién contratar… No, la vida de los ricos no suele ser muy envidiable. Antes o después, sus posesiones se les revelan como pesadas cargas, origen de muchas de sus enfermedades. Las posesiones suelen conducir a lamentables conflictos familiares, a enfrentamientos personales, a luchas intestinas…
Como buen maestro, Jesús advirtió que el peligro de tener muchas cosas es quedarse sin disfrutar de ninguna. Que todo rico es, antes o después, esclavo de su riqueza. Que la pobreza (no la miseria) es fuente de libertad y de plenitud.
No hace falta ser un gran sabio para darse cuenta de que el camino de la vida se hace más a gusto sin equipaje (o al menos con equipaje ligero), por elemental que esto sea, son incontables los que van por ahí arrastrando fardos y baúles de gran tamaño. Lo más increíble de todo es que, aun con esos baúles -tan descomunales- haya quien quiera hacer el camino espiritual sin desprenderse de ellos. Servir a Dios y al dinero (Mt 6,24) es un contrasentido. Si quieres servir a Dios y al poder, siempre sucede lo mismo: que conviertes el poder en tu Dios.
Pocos entienden que venderlo todo significa, simple y llanamente, tener el corazón plenamente en el discipulado. El primer obstáculo para ello es el material; el segundo es el afectivo; el tercero, el mental. Superadas estas tres dificultades, empieza el verdadero discipulado. La primera amenaza es el tener. Por eso, venderlo todo es el primer paso. Sólo por un gran amor somos capaces de abandonar todo lo demás. No nos desapegamos de este mundo porque nuestro corazón no está en él.
Es muy fácil averiguar dónde tenemos el corazón: basta comprobar a qué nos dedicamos cada día. Basta ver qué estamos pensando todo el rato. Pocas cosas resultan tan claras como dónde está nuestro corazón y pocas nos resultan tan difíciles de admitir. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde la vida? (Mt 16,26).
Junto a esta acepción negativa de la pérdida, está, por supuesto la positiva: Quien se aferre a la vida, la perderá; quien la pierda por mí, la conservará… (Mt 10,39). Lo de perder la vida nos asusta y repele. Preferimos más bien ganar, adquirir, crecer, sumar… pero la respuesta cristiana es inequívoca: para llegar a ser quien verdaderamente eres, debes primero perder a quien ahora crees que eres. Sin este movimiento de pérdida, la dinámica del espíritu no se desencadena.
Pablo d’Ors, Biografía de la luz