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Y las repite para todo el que quiera seguir arriesgando el corazón tras él. En ese verbo, “buscar”, ofrece la definición del hombre y la mujer: nosotros somos criaturas de preguntas, de búsqueda, de deseos. Buscadores de oro, nacidos del soplo del Espíritu […]. Nos causa escalofríos la idea de no tener nada que esperar, solo una existencia en la que repetir lo que siempre hemos hecho. Las preguntas abren a la novedad: son un don inesperado, un maná para nuestro peregrinar hacia la tierra prometida […]. Rainer María Rilke, en sus Cartas a un joven poeta, exhorta a su interlocutor a “vivir bien las preguntas”, a no correr inmediatamente de puerta en puerta, de libro en libro, de maestro en maestro en busca de respuestas. Amar las preguntas, dejarlas trabajar dentro de sí, como una gestación. También nosotros […] seguiremos la sugerencia de Rilke: viviremos bien las preguntas de Jesús, que son palabra de Dios en forma de camino. Abren puertas y trazan senderos en el corazón. Las respuestas definen y las preguntas sugieren. Las definiciones cierran, los interrogantes invitan a ir más allá. Las preguntas son jóvenes, como una mañana perenne. Jesús educa en la fe más a través de preguntas que de aseveraciones […]. La pregunta es la comunicación no violenta, que no hace callar al otro, sino que impulsa al diálogo e implica al interlocutor dejándolo al mismo tiempo libre. El mismo Jesús es una pregunta. Su vida y su muerte nos interpelan sobre el sentido último de las cosas, nos interrogan sobre aquello que hace la vida feliz. Y la respuesta sigue siendo él. Con esta simple pregunta, ¿qué buscáis?, nos hace entender que nos falta algo. La búsqueda brota de una necesidad, de un vacío que exige ser colmado. Los dos que se pusieron a seguir a seguir a Jesús no se contentaron -en una comodidad espiritual- con ser discípulos del gran profeta Juan. No se dijeron: con esto nos basta, ya tenemos lo mejor que existe. Sino: seguimos sintiendo necesidad de algo. En esto son maestros de vida espiritual. Dichosos los insatisfechos, porque se convertirán en buscadores de tesoros. ¿Y yo qué necesito? ¿Qué me falta? ¿La felicidad? ¿He perdido la frescura de la vocación. Lo que Oseas llamaba “el amor de mi Juventud” (cf 2,16-17)? ¿Me falta la pasión por Dios?
Ermes Ronchi, Las preguntas escuetas del evangelio . |
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