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Domingo IV de PASCUA / A / 2023

Leer la Palabra de Dios

Leer la Hoja Dominical

 

 

 

Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.

 

Lectura espiritual

LAS LLAVES (Mt 16,13-20)
Ser piedras sobre las que otros puedan construir

¿Quién soy yo? Ésta es la pregunta espiritual por excelencia. Sólo desde una respuesta correcta a esta cuestión podremos responder también con acierto al resto de las preguntas capitales: ¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?, ¿qué me cabe esperar? Únicamente sabiendo quienes somos, realizaremos aquello para lo que hemos venido a este mundo. Sólo así empezaremos a parecernos a lo que Dios había proyectado para nosotros. De lo contrario, pasaremos la vida entera dando palos de ciego. El gran dilema es siempre la identidad.

A esta gran pregunta respondemos al principio en clave cultural, es decir, poniéndonos en relación con aquellos que nos precedieron: eres como Juan, como Elías, como alguno de los profetas. Conocemos por comparación, por afinidad, diferencias, puntos en común… pero, ciertamente, cabe ir más allá. Junto al conocimiento racional, propio del pensamiento, cabe también el conocimiento amoroso, propio de la

A la pregunta sobre nuestro propio ser sólo podremos responder de forma cabal apelando al Ser en mayúscula. Podemos definirnos por nuestro oficio o profesión, o por nuestra condición civil o religiosa, o como padres y madres de familia… Pero en cualquier momento podemos perder a los hijos, o al cónyuge, o vernos urgidos a cambiar de trabajo…, y no por ello nuestro yo desaparece de este mundo. Nuestras formas más habituales de definirnos no tocan lo nuclear. Porque lo radical es el Ser, y sólo si nos definimos en su relación nos acercaremos al misterio de lo que realmente somos.

Cuando Pedro exclama Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo, está desvelando tanto el misterio del hombre que tiene ante él como el suyo propio.

Tú ya no te llamarás Simón, sino Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia. Es el descubrimiento que la Luz arroja luz sobre nuestra propia y verdadera identidad (Pedro, no es simplemente Simón) y sobre nuestra misión (ser piedra de apoyo para otros, puesto que no sabremos quienes somos si no es con relación con los demás y para ellos).

Este descubrimiento de la propia identidad en relación a los otros está permanentemente amenazado. De ahí que convenga leer este pasaje, en que Jesús exalta la sabiduría de Pedro, junto al que vendrá poco después, en el que le reprueba de forma casi cruel: ¡Apártate de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios! (Mc 8,33).

En última instancia, ese tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo que exclama Pedro ante Jesús, podría decirlo cada ser humano respecto de sí mismo. Yo soy alguien que puede decir que está vivo y que es la vida misma.

Si confías, si te entregas a la vida hasta el punto de identificarte con ella, recibirás tu verdadero nombre: tú eres Pedro. Y tu verdadera misión: ser piedra para una construcción. Sobre ti -que eres tan frágil-, si confías, puede construirse un imperio sobre el que ningún imperio prevalecerá y que ninguna muerte destruirá. Estamos, pues, llamados a ser piedras sobre las que otros puedan construir. Para ello -no para nada más- tenemos el poder de las llaves. Lo que abramos aquí con estas llaves, nos hará ver y disfrutar lo de allí.

Pero, atención: Lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo no significa que haya dos vidas. Hay una sola vida, puesto que hay un solo Dios, que es la Vida. Significa más bien que lo que haces fuera, te lo haces dentro; que lo que haces a los otros, te lo haces a ti mismo; que lo que haces a las formas, lo haces en el fondo de tu ser. Si aquí atas, allí, en tu corazón, te estás atando. Si aquí, en cambio, desatas, allí, en tu interior, has desatado, te has soltado, has empezado a descubrir que tienes alas en tu espalda. Amar es desatar, es empezar a volar. No es casual que la metáfora por excelencia del Espíritu sea una paloma.

Todos estos descubrimientos, como dice el evangelista Mateo, no los revela ni la carne ni la sangre, sino el Padre de los Cielos. El misterio de lo que somos sólo se nos desvela por medio de la espiritualidad. Por el contacto con la Fuente, por el silencio que nos conecta con el Ser.

Si somos capaces de escuchar la voz de la conciencia, entonces Dios nos bendice (dichoso tú, Simón); y nos otorga nuestra verdadera identidad (tú eres Pedro); y nos hace fecundos (sobre esta piedra voy a edificar mi iglesia), dándonos autoridad, que no es sino identidad reconocida (te daré las llaves.

Pablo d’Ors, Biografía de la luz 

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