He aquí el Dios que siente dolor por el dolor del hombre, de la mujer y del mundo, todo él una colina de cruces.
Y que se injerta sobre el mundo, como se hace con los frutales, donde cada injerto se realiza mediante una herida. Lo sabe perfectamente la sabiduría campesina. Cristo injerta su resurrección en el mundo a través de la herida del Calvario: “Sus heridas nos han curado” (Is 53,5). Desde entonces su vida y la nuestra son un solo río.
Los archivos de Dios, su memoria, no están llenos de los pecados del hombre y de la mujer sino de las lágrimas de las personas. Una vez perdonado, el pecado deja de existir, anulado, cancelado, no conservado aparte. De lo contrario no creeríamos en el perdón; sería una absolución condicionada.
Los graneros de Dios están llenos de buen trigo y no de cizaña, llenos del bien realizado por sus hijos. Más aún, si creemos en el salmo 56, están llenos de lágrimas: “Mis lágrimas están recogidas en tu odre” (Sal 56,9). Y el último día se dedicará a enjugar todas las lágrimas del rostro de sus hijos.
El creyente es también un recogedor de lágrimas. Ahora entendemos la Palabra de Jesús que nos afecta: “La mies es mucha, pero los obreros pocos” (Mt 9,37). El mundo es una mies de lágrimas que nadie recoge ni enjuga. Los tesoros de Dios son inmensos archivos de lágrimas recogidas una a una.
Nosotros no sabemos el porqué de tanto sufrimiento. La Biblia –todos la hemos buscado- no ofrece ninguna explicación del mal. Y tampoco Jesús ha dicho nunca dónde tiene su origen y cómo se agotan las fuentes del llanto. Pero conocemos su primera reacción ante el sufrimiento: Jesús siente compasión (Mc 1,41).
Pero aquella pregunta “¿por qué lloras?”, contiene también un segundo significado importante. Hay un dolor sin porqué. Mucho más, tiene una especie de genealogía de las lágrimas, la de los progenitores, que son corrupción, envenenamientos e injusticias. Casi un árbol genealógico de las lágrimas del mundo con las cuales se remonta al origen, a la raíz: el hambre tiene un porqué, los migrantes tienen detrás montañas de porqués, los tumores de la tierra tienen un porqué.
Es propio de discípulos preguntarse por las causas. Es propio de discípulos estar presentes donde se llora, llevando no palabras, sino nuestro silencio y nuestra escucha. Y después llevando nuestra hambre de justicia y erradicando juntos el mal.
Ermes Ronchi: Las preguntas escuetas del Evangelio