|
|
Lectura espiritualLa Iglesia ha sido llamada a anunciar la Buena Nueva de Jesús a todos los pueblos y a todas las naciones. Además de las muchas obras de misericordia con las que la Iglesia debe hacer visible el amor de Jesús, debe anunciar con alegría el gran misterio de la salvación de Dios, a través de su vida, del sufrimiento, de la muerte, de la resurrección de Jesús. La historia de Jesús ha de ser proclamada y celebrada. Algunos la escucharan y se alegrarán, otros permanecerán indiferentes y otros aún se mostrarán hostiles. La historia de Jesús no siempre será aceptada, pero hemos de contarla. Nosotros, los que conocemos esa historia e intentamos vivirla, tenemos la gloriosa tarea de contarla a los otros. Cuando nuestras palabras nacen de un corazón lleno de amor y de gratitud, dan fruto, tanto si lo vemos como si no. La Buena Noticia se convierte en mala noticia cuando es anunciada sin paz ni alegría. Todo el que proclama el amor de Jesús, que perdona y cura, con un corazón amargado es un falso testigo. Jesús es el salvador del mundo. Nosotros no. Nosotros estamos llamados a dar testimonio, siempre con nuestra vida y, en ocasiones, con nuestras palabras, de las grandes cosas que Dios ha hecho a favor de nosotros. Ahora bien, ese testimonio debe proceder de un corazón dispuesto a dar sin recibir nada a cambio. Cuanto más confiemos en el amor incondicionado de Dios por nosotros, más capaces seremos de anunciar el amor de Jesús sin condiciones internas ni externas. H. J. M. Nouwen El fin de una comunidad no puede ser sólo ofrecer a sus componentes un sentimiento de bienestar. Su objetivo y su significado son más bien hacer que todos los miembros puedan incitarse unos a otros, día a día, a recorrer juntos el camino de la confianza, con madurez, con lealtad y en medio de la afectividad; que puedan aclarar los malentendidos que se producen; que puedan resolver los conflictos y, sobre todo, que puedan arraigarse en Dios. Y es que, en una comunidad, sólo podremos vivir bien a la larga si dirigimos de continuo la mirada a Dios como nuestra verdadera meta y causa última de nuestra vida. A. Grün |