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DOMINGO III de CUARESMA / A / 2023

Leer la Hoja Dominical

 

 

 

Una mirada artística al Evangelio del Domingo, un gentileza de Amadeu Bonet, artista.

 

Lectura Espiritual

LOS JORNALEROS TARDÍOS (Mt 20,1-16)
La bondad anula las jerarquías

El propietario de la viña paga a todos sus obreros al finalizar el día el mismo salario, sin tener en cuenta si comenzaron la faena al amanecer, al mediodía, al atardecer o hasta la noche. Es lo mismo que una familia, donde todos los hijos son tratados con igualdad por sus padres, con independencia de que hayan nacido antes o después.

Si esta actitud del propietario nos escandaliza es porque funcionamos con la mentalidad individualista del mérito, no con la solidaria de la necesidad. Este texto no nos escandalizaría si no creyéramos ser nosotros los jornaleros de la primera hora, con visión autocomplaciente. Me parece injusta porque no vemos al otro como a un hermano, sino como a un extraño y hasta como a un competidor.

Esta parábola es otra versión de la del hijo pródigo: lo mismo que en aquella se indigna el hijo mayor, que no comprende que su padre sea bueno con el menor, así se indignan aquí los jornaleros de la primera hora, quienes tachan al amo de injusto por su conducta con los tardíos.

La espiritualidad no funciona con las leyes del mundo. La veteranía no es un grado en la vida espiritual. Empecemos el camino antes o después, todos somos siempre principiantes. No hay derechos adquiridos en la iluminación, siempre es gracia. Compararse con otros implica perder el horizonte del camino.

En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas llegaran antes que vosotros al Reino de Dios. (Mt 21,28-32). También los que llegan a la Iglesia en último lugar recibirán el mismo trato que los que son católicos de toda la vida (o incluso mejor), puesto que Dios no mira cuándo ha llegado a la viña cada cual, sino que ha llegado. Es tan extraordinario que finalmente estén aquí que… ¿importa que llegaran a las tres o a las seis y cuarto? ¡Están aquí, por fin están despiertos! ¿vamos ahora a perder el tiempo con un cálculo de los méritos?

El alma mezquina siempre está midiendo. El alma grande está acostumbrada a alegrarse con lo que hay y a festejarlo. ¿Y qué es lo que produce tanta alegría? Estar en la vida, haber llegado a ella. Estar en la realidad, sobre todo por lo mucho que normalmente nos cuesta llegar a ella: un recorrido innecesariamente doloroso, tortuoso, y hasta desesperado en ocasiones. Pero un recorrido que nunca se le ha ido a Dios de las manos. Todo cuanto sucede y cómo sucede es el mejor modo -para ti- para llegar a Dios. Has llegado a Dios a la hora… No importa. Por fin has comprendido, tus resistencias han cedido, te has entregado y tu corazón rebosa de gratitud.

Uno de los signos más claros de la presencia de Dios en el alma humana es la alegría y, desde luego, la gratitud. La gratitud es la conciencia de la alegría. No es posible estar alegre si uno se compara con los demás. ¡Cuánta energía, Dios mío, derrochada en sandeces!

Cuesta mucho llegar a ser un feliz trabajador de la viña. Feliz, trabajador y viña, las tres cosas son importantes: cómo, qué y donde. No podemos ser felices fuera de la viña. No podemos ser felices sin trabajar (y sin descansar del trabajo). No podemos estar en la viña y trabajar más que siendo felices. El cómo es sin contar, sin calcular, alegrándose de que los últimos reciban el mismo trato que los primeros y, en definitiva, contento porque no haya discriminación y reine la igualdad. No hay últimos ni primeros, hay personas.

El trabajo espiritual que plantea esta parábola es claro: no compararse con los demás. La única forma de no caer en la tentación de compararse es teniendo los ojos -y el corazón- en lo esencial. Siempre que nos comparamos hemos perdido nuestro centro: nos hemos distraído y estamos enredados en lo circunstancial o en lo anecdótico. No mirar lo que falta sino lo que tienes. Tienes siempre todo lo que necesitas y más.

Pablo d’Ors, Biografía de la luz

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