Lectura espiritual
EL PADRE (6). Perdónanos; no nos dejes caer; libranos. Amén
Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre; venga tu reino; hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. nuestro pan cotidiano dánoslo hoy; y PERDÓNANOS NUESTRAS DEUDAS, ASÍ COMO NOSOTROS HEMOS PERDONADO A NUESTROS DEUDORES; Y NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN, MÁS LÍBRANOS DEL MAL. (Mt 6,9-13)
Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores. El pan de nuestra transformación debe limpiarnos de todo lo que nos impide una transformación completa. No podemos ser uno con el universo mientras tengamos sombras, de modo que hemos de purificarlas, es decir, amarlas para redimirlas. Todo lo que no amo se convierte en algo nocivo para mí. Todo lo que rechazo (mis padres, mis enemigos, mis complejos, mi sexualidad…) es lo que necesita de mi perdón (es decir, de mi abrazo amoroso). Pero perdonar no es sólo reconocer, es amar a la persona que está detrás de ese determinado y supuesto fallo: ver como su flaqueza (o la tuya) ha sido camino para él (o para ti). Ver como la imperfección, en la medida en que es amada, pierde su veneno y se convierte en posibilidad.
No nos dejes caer en la tentación. La tentación es el ego, desde luego: colocarse en el centro, desplazar a Dios de ese centro, hacerte dios. Ésta es la tentación primordial, tal y como se encuentra en el mito de la serpiente en el paraíso: serás como Dios o, lo que es lo mismo, dejarás de ser tú. Líbrame, Señor, de la tentación de no querer ser quien soy, podríamos rezar aquí. La tentación es poner la atención en el fruto, no en el camino que conduce a él. Quien atiende predominantemente el fruto al que aspira no disfruta del camino que le lleva hasta él. Esa es la tentación: salir del presente, violentar mi identidad con una idea.
Líbranos del mal. Es decir, límpianos no sólo de las sombras en las que ya nos hemos adentrado, sino de aquellas que nos pueden sobrevenir. Si el perdónanos subraya la sombra que ya tenemos dentro -y que Dios cancela totalmente, como si nunca hubiera existido, sanando el pasado de raíz-, este líbranos pone el acento en la que puja por entrar.
El mal del que pedimos ser liberados en el Padrenuestro es el de olvidarnos de la luz: creer que no existe, considerar que es un cuento de niños, sonreír con indulgencia ante quienes todavía creen en ella, apagarla cuando se enciende en algún corazón. Este olvido de la luz que somos es el gran mal; mantenerse en esta ignorancia es la gran tentación.
Amén: Vuelvo a la vida cotidiana tras la oración, con el convencimiento de que todo es y será, hoy y siempre, tal como lo he formulado. Salgo de la plegaria diciendo: Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. El amén que sella el Padrenuestro es la invitación a no olvidar lo rezado, sino precisamente a cumplirlo, a vivirlo. Amén significa que estas palabras sean vida.
(Inspirado en el libro: Biografía de la luz, de Pablo d’Ors)