Una mirada artística al Evangelio del Domingo, un gentileza de Amadeu Bonet, artista.
Lectura Espiritual
LA SUBIDA (Lc 9,51; 57-58; Mc 10,33-39)
Al final entregamos lo que somos
Jesús sube a Jerusalén junto a sus discípulos, porque para él ha llegado la hora de la verdad: el momento sublime de su Pasión y entrega definitiva. Y esa subida nos da una idea de cómo es para todos, el camino de la vida. Porque también nosotros, seamos o no conscientes, caminamos hacia nuestro Gólgota particular. Siempre nos dirigimos hacia la entrega de lo que somos. Estamos optando permanentemente entre avanzar o retroceder, entre vivir caminando hacia la muerte o morir agarrándonos a la vida.
El primer aspirante al discipulado es tan inconsciente y pretencioso que asegura a Jesús que está dispuesto a seguirle adondequiera que él vaya. No sabía lo que estaba diciendo. Quizá imaginaba que la aventura espiritual no le iba a resultar, después de todo, muy difícil; o que quizá sería hermosa; o al menos digna de ser relatada y merecedora de posteridad. No sabía bien que seguir a Jesús supone siempre caminar hacia un Calvario. Jesús no le hace falsas promesas y se lo hace saber al instante. Este hombre no tiene dónde recostar la cabeza, le dice. O, lo que es lo mismo: para mí ya no hay descanso. No tengo lugar, no hay espacio para alguien como yo en este mundo. ¿Estás dispuesto a vivir sin una tierra, sin suelo bajo los pies? El discípulo ha escuchado todo esto muy bien, pero se atreve a pensar lo contrario. ¿Cómo no vas a tener un lugar tú, que eres la Luz del mundo? ¿Cómo va a ser posible que el bien no tenga ningún derecho entre los humanos? Estás exagerando, todos los maestros exageran, dices eso sólo para probarme… ¡Tú eres un maestro poderoso!
Los cristianos han convertido el fracaso de Jesús en un éxito camuflado. Porque cualquier discípulo se hace una idea de Dios, antes o después. Hace años que vivo así y ahora me dices que no puedo descansar en mis ideas ni en mis experiencias, que no hay nada, ¡nada!, donde pueda apoyarme. Que no sueñe con que en algún momento podremos descansar… Maestro, ¡déjame al menos que te interprete y me interprete como me parezca! Jesús se alegra de que toques fondo, pero se entristece por tus resistencias. No dice nada más. Eres tú quien ha de ver hasta dónde quieres llegar.
Mientras, los hijos del Zebedeo han estado discutiendo sobre quién sería el más grande en ese nuevo Reino prometido por Jesús. No han entendido nada. ¿Cómo tuvo que sentirse Jesús? Les pregunta si están dispuestos a compartir la suerte que le espera, para dejarlo todo. Si se han preparado para el escarnio y la mofa, para morir y ser olvidados. Los discípulos no entienden lo que les está diciendo. Resulta escalofriante hasta dónde puede llegar la ceguera de quienes en teoría son para Jesús sus seres más cercanos y queridos.
Esta advertencia que Jesús hace a los suyos (voy a sufrir, voy a morir…) es la que la vida -la mejor maestra- nos hace a nosotros a cada momento. Todo pasa, entérate. Estás muriendo a lo que eras hace un segundo. Ya no eres tan joven como ayer. No mires para otro lado cuando aparecen los primeros signos de decadencia. Todo indica que estamos de paso, pero no aceptamos nuestra condición de peregrinos. No queremos padecer, morir ni resucitar; no queremos lo que esta vida implica. Lo queremos es la seguridad económica, el bienestar familiar, nuestras próximas vacaciones o, incluso, la iluminación.
¿Sois capaces de vivir esta vida?, les insiste Jesús. ¡Podemos!, responden ellos. Pero ¡qué van a poder! Lo opuesto a la vida no es la muerte o el sufrimiento, sino nuestra ceguera y cerrazón ante la muerte y el sufrimiento. Desprenderse, entregarse, morir: ése es el plan. No acabamos de creernos que el amor y la entrega a los demás comporten la muerte y el escarnio. Amar sí, pero ¿morir? Entregarse y perderse no es la lógica del mundo.
En el camino de la vida, de nuestro Gólgota, no nos enteramos de lo que pasa a nuestro alrededor porque vamos pensando en nuestras cosas, recordando el pasado o planificando el futuro. Durante la adoración se nos acercan distracciones que nos invitan a fantasear, divagar, proyectar, ensoñar, entretenernos… Siempre lo mismo: la gloria, la autoafirmación, poseernos…
El Jesús del evangelio nos advierte continuamente que todas esas ensoñaciones y fantasías nos harán incapaces de beber el cáliz que él va a beber o a bautizarse con la sangre con que él se va a bautizar. Todo lo que aparece en el territorio de nuestra mente cuyo aspecto sea grande acaba por tiranizarnos y oprimirnos. No se practica la adoración en busca del placer, sino de la vida. En esa vida reina la paz, aunque no una paz utópica o idílica.
Pablo d’Ors, Biografía de la luz