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Lectura espiritual
Lo que decíamos del orgullo, se puede decir, con más razón todavía, de todos los obstáculos menos graves, de todas las pasiones y de todas las traiciones que nos apartan incansablemente de la oración.
Si el retorno a la oración es también incansable, la victoria está asegurada. Los Padres de la Iglesia dicen a menudo: “Si no tienes el don del dominio de tú mismo, has de saber que el Señor quiere salvarte por la oración”.
Y nos repite que no hemos de esforzarnos por vencer las pasiones con las propias fuerzas sino que hemos de recorrer incesantemente a la oración. Y añaden que si el tiempo de la oración se alarga y tiende a invadir toda tu vida, ya no pensarás más y ya no tendrás más tiempo para obrar el mal.
Escuchemos que dice Serafín de Sarov a propósito de la oración y de las otras obras espirituales: “Es cierto que toda buena acción hecha en nombre de Cristo confiere la gracia del Espíritu Santo, pero la oración más que todas, estando como está siempre a nuestra disposición. A veces, por ejemplo, tendréis ganas de acudir a la iglesia, pero la iglesia está lejos y ya se han acabado los Oficios; tendréis ganas de hacer una limosna, pero no veis ningún pobre, o no tenéis ninguna moneda; querríais permanecer virgen, pero no os alcanza la fuerza, a causa de vuestra constitución o causa de las emboscadas del enemigo contra las cuales la debilidad de vuestra carne humana no os permite resistir; quizás querríais encontrar una obra buena para hacer en nombre de Cristo, pero no tenéis suficiente fuerza o no se acaba de encontrar la ocasión. En cambio a la oración no le afecta nada de esto: cada uno de nosotros tiene siempre la posibilidad de orar, tanto el rico como el pobre, tanto el hombre notable como el campesino, el fuerte como el débil, el que está sano como el que está enfermo, el virtuoso como el pecador”.
Las bases que presentamos aquí son las más importantes. Antes de saber cómo rezar es importante saber cómo “no cansarnos nunca”, no descorazonarnos nunca.
Todos los consejos que podríamos dar y todos los que nos ofrece la Iglesia, no nos liberarán de la impresión de no saber rezar. Al contrario, esta impresión más bien aumenta a medida que la oración se vuelve más profunda, y san Pablo es el primero en reconocer que no sabemos cómo orar ni que es lo que hemos de pedir (Rm 8:26).
No se trata, pues, de mirar de salir de esta clase de impresión, cosa que sería ponerse a buscar un estado de satisfacción particularmente peligroso y próximo al fariseísmo. Se trata, por el contrario, de descubrir progresivamente lo que Dios nos pide, y con una agudeza tal que uno ya no se inquiete más por saber si reza bien o mal, llevados por el deseo que la oración lo invada todo: y no nuestra oración sino esta realidad que viene de Dios y que es la oración de Jesús en nosotros, los gemidos inefables del Espíritu.
No hemos de inquietarnos de la pureza de la oración. Hemos de ofrecerle a Dios lo que está en nuestra mano ofrecerle. Incluso si tenemos la impresión de rezar solo con los labios, esta oración frecuente de los labios, a la larga, hará seguir la oración interior del corazón y favorecerá la unión del espíritu con Dios. La oración, quizás seca y distraída pero continua, creará un hábito y se convertirá en una segunda naturaleza, transformándose en oración pura, luminosa, en admirable oración de fuego.
Jean Lafrange: La oración del corazón
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