Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.
Lectura Espiritual
EL ENDEMONIADO DE GERASA (Mc 5,1-19)
Vivimos en guerra con nosotros mismos
A nuestra mentalidad moderna sorprende mucho la actividad exorcista de Jesús y, sin embargo, todos tenemos demonios que van minando nuestra confianza en la vida y ensombreciendo nuestro rostro. Sí, dentro de nosotros hay espíritus puros e impuros: fuerzas que nos construyen o que nos destruyen, voces que nos estimulan o que nos achatan, pensamientos certeros o erróneos, oscuros o luminosos. Nos sentimos llamados al amor y a la unión, pero también al individualismo y a la separación.
¿Qué es lo impuro? Un sentimiento limpio es nítido, no tiene doblez: si lo experimentas, lo experimentas, nada te hace dudar. Estás alegre y, sencillamente, estás alegre. Estás esperanzado y, sencillamente, tienes esperanza. La impureza va confundiendo el juicio, que comienza a dudar sobre qué es exactamente lo que estás viendo y hasta si es verdad lo que estás viendo. La duda -el espíritu de impureza- se va extendiendo por el alma como un cáncer, sembrándola por completo de sospecha y envenenándola con la desconfianza.
El endemoniado de Gerasa ha perdido el control: está desbordado; se derrama por dentro y pelea contra sus fantasmas. Cualquier pecado y cualquier blasfemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada Mt 12,24-32). Si el espíritu es nuestro yo más íntimo y auténtico y si hablamos mal de él y lo rechazamos, ¿Quién podrá entonces redimirnos? Si no aceptas lo que se te regala, ¿quién podrá aceptarlo por ti sin destruir tu libertad?
¿Hay una salida a nuestro mal? ¿Saldré de ésta? ¿Superaré esta crisis? ¿Pasará esta mala racha? ¿Me curaré? No hay cadena lo bastante gruesa y poderosa con que atar el espíritu de impureza. Sólo Cristo: únicamente en lo profundo es posible alcanzar la paz. Porque aquí tenemos por un lado al poseso, que pide a Jesús con toda firmeza que le deje en paz. Pero, por el otro lado, aquellos espíritus inmundos le imploraron a Jesús: ¡Mándanos a los cerdos y déjanos entrar en ellos! ¡Ven, márchate! El alma atribulada no sabe lo que quiere, es evidente que está rota por dentro.
Esa piara de cerdos precipitándose por un abismo apunta a nuestras identidades falsas e irreales, que también deben caer pendiente abajo hasta esfumarse en las oscuras aguas en donde nacieron.
Se mire como se mire, eso de ahogar a dos mil cerdos para exorcizar a un poseído parece excesivo. En el lenguaje popular se dice que podemos llegar a escupir sapos y culebras. El evangelio da un paso más: podemos escupir cerdos. ¿Será posible que haya personas que puedan tener dos mil cerdos dentro de sí? ¿Cuántos tendremos nosotros? ¿A cuántos echamos de comer con nuestros rencores, maledicencias o celos? Habla de lo insoportable que es el bien para el mal. De cómo, para protegerse de la luz, las tinieblas buscan atrincherarse aún más en la oscuridad.
Jesús, que es la Luz del mundo, ve los sapos que tenemos dentro y que a veces engordan hasta convertirse en cerdos. Los ve y les habla con autoridad, mandándoles que salgan de casa del hombre. Es posible recuperarse. Pero, para que esto se produzca, el ser humano debe situarse ante Cristo.
El loco de Gerasa, vestido y en su sano juicio, parecía otra persona, apenas podían reconocerlo. Aún bajo las formas más viles y despreciables (violadores, terroristas, pederastas…) siempre hay un hombre o una mujer así: digno, hermoso, sensato. Por horrendo que sea el mal y por hondo que sea el pozo en que se ha podido caer, siempre, siempre hay posibilidad para una Gerasa distinta.
¿Qué nos ha podido pasar a los hombres para que rechacemos la armonía? Desde nuestra mentalidad, ese endemoniado padecía alguna enfermedad mental. Pero allá donde abundan enfermos psíquicos habrá que preguntarse si no será la sociedad la que los enferma. ¿Cabe esperar que vuelva el buen juicio a la atribulada historia de la humanidad? ¿Cuántos cerdos deben todavía caer por los abismos para que el planeta tierra vuelva a la cordura?
Pablo d’Ors, Biografía de la luz
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