Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.
Lectura Espiritual
EL JUICIO
Convertirse mansamente en el reo (Jn 38,33-38)
¿Es este hombre distinto a los demás? ¿Es distinto en el mismo sentido en que todos somos distintos a cualquier otro? Parece claro que la personalidad de Jesús no entra con facilidad en una categoría determinada; un sabio, un rabino, un profeta… Él es un punto y seguido, pues algo tiene de todos estos arquetipos; pero también es un punto y aparte: un caso único e incomparable que nos recuerda, quizá como nadie en la historia, que todos estamos llamados a ser casos únicos e incomparables. Que nadie debería ser una burda copia de nadie.
Tú eres el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16): así fue como lo definió Pedro. Ésta es la respuesta de la ortodoxia cristiana ante la identidad de Jesucristo. Pero esta contestación no debe vivirse, en mi opinión, como un cierre de actas del proceso judicial. No. La pregunta por la identidad de Jesús, aun en aquellos que responden que es el hijo de Dios, se mantiene fresca y palpitante. responder que él es el hijo de Dios no resuelve la cuestión, sino que mantiene viva la búsqueda.
En este sentido no es un límite para esa búsqueda -como algunos creen-, sino más bien una condición de posibilidad de la misma. En esa senda se va aprendiendo a convivir con la tensión del juicio, pero ¿cómo? No se trata de resolverlo, sino de disolvernos en él, es decir, de abandonar el papel de juez para convertirnos mansa y paulatinamente en el reo. Soltar el juicio a la humanidad y a la historia es soltar de una vez por todas la mente, y ése es el camino. Es un camino de pasión y muerte, lo sabemos. Pero también sabemos que es un camino de resurrección, puesto que Él nos ha precedido.
A Jesús hay que dejarlo un poco en paz no desentenderse de su legado, pero sí darnos cuenta de que Jesús es sobre todo una ocasión para apuntar al propio corazón. Cualquier otro propósito a la hora de leer e interpretar el evangelio no hace plena justicia a la Palabra de Dios.
El escenario de este pasaje evangélico es un tribunal en el que se ha de enjuiciar a un hombre. No hay, posiblemente, un escenario que se ajuste más a lo que de hecho sucede en nuestro interior, donde estamos permanentemente juzgando y juzgándonos. Nuestro hábito por clasificarlo todo de inmediato en bueno o malo, correcto o incorrecto, nos impide que sea la propia realidad quien nos vaya desvelando, a su ritmo, su posible corrección o incorrección, su presunta bondad o maldad moral. Esa manía que tenemos por juzgarlo todo nos enajena y destruye, impidiéndonos el acceso a lo real.
No juzguéis y no seréis juzgados (Lc 6,37); ésta es la exhortación evangélica que resuena ante nuestra monstruosa obsesión por clasificarlo todo y por tachar lo que no se ajusta a nuestras ideas. La tiranía de las ideas desemboca por fuerza en pérdida de la realidad. Tantas más ideas tenemos, menos vemos lo que sucede ante nuestros ojos. Juzgamos porque estamos fuera, desde dentro es imposible juzgar. Un iluminado está tan dentro de la vida que, sencillamente, no puede juzgarla: nunca la observa desde el exterior, puesto que para él no existe el exterior. No juzguéis y no seréis juzgados, es decir, no separéis y no os separaran.
Pablo d’Ors, Biografía de la Luz
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