Lectura espiritual
LA FELICIDAD (5). Etapas del camino espiritual
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Misericordia significa tener la miseria ajena en el propio corazón: no olvidarse de ella y, más que eso, hacerla propia para que sea menos dolorosa para quien debe padecerla. Esta bienaventuranza se dirige a quien se pone en acción para que esa justicia se realice, cargando él mismo con la injusticia.
Es imposible que un corazón que está en su sitio no sea solidario. Pero no es posible meter a los otros en el propio corazón sin haberlos perdonado y sin habernos dispuesto para que nos perdonen. Perdonar es la clave.
Perdonar primeramente a nuestros padres, por el inmenso mal que nos hicieron sin darse cuenta. Perdonar a nuestros maestros y profesores, sobre todo por su incompetencia, pero también por su dejación y crueldad, vengándose en nosotros de su frustración. Perdonar a nuestros amigos, puesto que a menudo no fueron verdaderos amigos. Y a nuestros hermanos de sangre, porque compitieron incansablemente contra nosotros. A nuestras parejas porque llamaron amor a lo que no era amor. O porque permitieron alevosa i estúpidamente que una historia amorosa se malograra. Perdón para nuestros compañeros y colegas, puesto que hicieron lo imposible para que no brillásemos. A nuestros hijos, que reprodujeron con sobrecogedora fidelidad nuestros defectos. A nuestros discípulos, que nos traicionaron uno tras otro. A nuestros enemigos, que se ensañaron contra nosotros, poniendo nuestra alma en peligro. Es urgente que perdonemos a nuestros gobernantes por su egoísmo, por su torpeza, por su vanidad. Que perdonemos a nuestra comunidad religiosa por su indiferencia, por su intolerancia, por su frivolidad. Que sobre todo nos perdonemos a nosotros mismos, principales causantes de nuestros males. Perdonarse a uno mismo supone dejar de juzgarse, de condenarse, de sacarse punta; supone dejar de exigirse, de mirar insistentemente al pasado, de figurarse una y otra vez cómo podría haber sido todo. Perdonarse a sí mismo es reconciliarse con lo que uno ha sido y es.
Hasta que no se perdone absolutamente todo, no hay nada que hacer. Perdonarle todo incluso a Dios, que ha pensado para nosotros algo que no entendemos y que nunca habríamos elegido. Perdonarle incluso Su amor, ante el que nos sentimos abrumados. Lo que más dificulta nuestro camino espiritual es justamente no perdonar. Por eso, si tenemos algo contra alguien, o alguien tiene algo contra nosotros, lo primero de todo es hacer las paces. Deja ya de leer esta página y ponte a perdonar. Si perdonas, antes o después serás perdonado, quizá de la forma más insospechada. Perdonado al fin, estarás limpio; y sólo el limpio puede ver a Dios.
(Inspirado en el libro: Biografía de la luz, de Pablo d’Ors)