DIUMENGE XXVI durant l’any / C / 2022

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https://youtu.be/1weDHqoroF4

 

 

Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.

 

Lectura Espiritual

EL REY MENDIGO (Mc 10,46-52)                   

Nuestro yo profundo en busca de su verdadera identidad                                             

El ciego es una alegoría del discípulo, a quien Jesús, por su poder, abre los ojos. De modo que este ciego- mendigo nos trae a la memoria nuestra propia ceguera.

Las desgracias rara vez vienen solas: Bartimeo, además de ciego, es mendigo. Tienes un mal, no sabes que hacer y, tanteando aquí y allá, caes en otro. Hoy por hoy está en las periferias, eres un marginal. No se vale por sí mismo y, para tirar adelante, necesita de la ayuda de los demás.

También nosotros fuimos poderosos, a nuestro modo, en algún momento. Pero algo sucedió de repente. O quizá fuera poco a poco. El caso es que fuimos quedando arrinconados. Esa pendiente por la que nos deslizamos es donde finalmente descubrimos que no nos bastamos a nosotros mismos y que, sin los otros, no podemos continuar. Ese punto tan incómodo, a veces tan terrible, es sin duda el punto de partida más fiable para una vida espiritual. Sólo cuando estás en el margen empiezas a gritar.

Eso fue precisamente lo que hizo Bartimeo: intuyó que había una esperanza para él y, sin pensárselo dos veces, empezó a gritar. Su grito nace de las tinieblas. Ya no estaba para tener en cuenta qué pensarían de él los demás.

Bartimeo le llama hijo de David. La exclamación ¡Hijo de David, ten compasión de mí!, ha atravesado el cristianismo desde sus orígenes. Es la súplica de los pecadores que imploran misericordia. Es la invocación de los discípulos que quieren entender.

Lo que este evangelio cuenta es que Jesús escucha ese grito que llama a quien lo profiere, que le pregunta qué desea y que, una vez el ciego se despoja de su manto, le cura, devolviéndole la visión perdida. Y ésta es exactamente la experiencia de la oración contemplativa: al sentarnos en silencio y en quietud, tomamos consciencia de hasta qué punto estamos en el borde del camino, de lo profunda que es nuestra ceguera, de nuestra necesidad de gritar para recuperar la visión.

¡Ten compasión de mí!, exclama Bartimeo. Yo tenía una naturaleza regia, era de la familia real y ahora me encuentro ciego y pobre. Ya no era capaz de ver mi riqueza, los avatares me habían ido cegando, ¡me había olvidado de quién era!

Bartimeo es iluminado: ve el mundo porque ve a Cristo, que es el criterio para ver el mundo en su dimensión más profunda y verdadera. Tu fe te ha curado, concluye Jesús o, lo que es lo mismo, es la confianza lo que nos sana. Tu sueño te ha salvado.

Cuando recobró la vista -así concluye este evangelio-, Bartimeo anduvo siguiendo a Jesús por el camino. Ha vuelto al camino: ha dejado el borde de la cuneta. Y todo ha sido posible gracias a estas palabras: ánimo, levántate, te llama. La llamada de Jesús.

 Pablo d’Ors, Biografía de la luz