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Lectura espiritual
La conversión es realmente una revolución copernicana. Se trata del hecho de que el mundo ya no gira entorno del “yo” colectivo o individual, sino entorno de Dios y de los otros.
Lo que hace que hayamos decaído es que nuestra conciencia se ha deshecho del corazón y se ha identificado con las pasiones y los ídolos. No para de lanzar sobre la buena creación de Dios aquello que los espirituales denominan una telaraña, una mentira, todos los artificios del “padre de la mentira” (Jo 8:44), es decir, sin Dios. Es la ilusión del Edén: “Seréis como dioses”.
El hombre ya no vive en la verdad de su ser que recibe de Dios, quiere ser su propio creador. Por el pecado, se ha separado de la fuente y se ha vuelto incapaz de un verdadero encuentro con Dios y con sus hermanos.
San Macario se imagina a los pecadores cautivos atados uno a la espalda del otro, de tal manera que nunca pueden mirarse cara a cara para una verdadera comunión: “Estamos hundidos en el fuego; más aún, no nos es permitido de ver a nadie de cara porque el rostro de uno da a la espalda del otro. Pero tú, cuando oras por nosotros, puedes entrever el rostro del otro, y esto nos alivia”.
Aquí se ve claro que el hombre no tiene su centro en él mismo, que la ley profunda de su vida es la comunicación, la realización de sí mismo, por el intercambio mutuo.
Al afirmar que la naturaleza del hombre es oración, no pensemos solo en el acto de la oración sino en el estado de oración, en la actitud de obertura o de súplica que le caracteriza. El hombre está hecho para el Rostro, para la sonrisa y para la comunión.
Mirad un niño: su movimiento espontáneo y natural es el de mirar, de admirar o de contemplar. Y si todavía no ha perdido la inocencia de la edad, alarga los brazos para dar los buenos días y busca el rostro para abrazarlo. Otra actitud del niño es la de pedir lo que él mismo no puede darse.
En el niño encontramos en estado puro lo que tendría que ser el hombre: un ser que tiende hacia el otro para la comunión, un ser que gira su rostro hacia el encuentro: es la adoración.
Por el contrario, el anciano reencuentra o debería reencontrar el espíritu de la infancia. “En el Oriente se ama mucho la vejez porque se piensa que está hecha precisamente para orar. El viejo se encuentra liberado. Cuando uno es pequeño, hasta los 10 o 12 años, reza. Después ya viene la gran bulla y se corre el riesgo de no rezar más. Una civilización que ya no reza es una civilización en la que la vejez ya no tiene ningún sentido. Y esto es aterrador. Ya que antes que todo necesitamos ancianos que recen porque la vejez nos es dada para eso” (Olivier Clément).
.Jean Lafrange: La oración del corazón