Lectura espiritual
LA LLAMADA. Escuchar la voz del maestro interior
Mientras paseaba junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos -Simón, apodado Pedro, y Andrés su hermano- que estaban echando una red al agua, pues eran pescadores. Les dice: Veníos conmigo y os haré PESCADORES DE HOMBRES. Al punto dejaron las redes y lo siguieron. (Mt 4,18-20)
Jesús no se puso a buscar discípulos o colaboradores que le ayudaran en su misión, sino que, sencillamente, los encontró. Es importante esto de ver y llamar, sin la mediación del pensar. No hay ningún planteamiento que hacer, la cosa cae por su propio peso.
También es importante que sea el maestro quien llame al discípulo y no al revés. Nosotros podemos buscar cuanto nos venga en gana, pero lo cierto es que hasta que no escuchemos la voz de nuestro maestro interior, diciéndonos: ven y sígueme, hasta ese momento nada relevante sucederá. El asunto está, por tanto, en escuchar esa voz y, naturalmente, en dejar de inmediato las redes que tengamos entre manos, sin pensar. Tal vez no escuchemos esa voz porque las redes no son ya para nosotros un trabajo, sino una trampa: porque nos hemos enredado en el trabajo, y ahora es él el que nos domina.
Dios llama a quien quiere, nadie puede entender sus criterios. Jesús llamó a esos pescadores porque vio que trabajaban bien, que disfrutaban de su tarea, esmerándose en hacerla lo mejor posible. Que se olvidaban de sí mismos mientras la realizaban.
La expresión vocación religiosa o elección divina puede parecer como si Dios discriminase y hubiera para Él distintos rangos o categorías. Confundimos diferencia y discriminación. En el evangelio queda claro que la segregación no es por méritos personales, sino en orden a una misión: estar con Él (encargo personal) e ir y anunciar a todo el mundo (encargo pastoral).
Esta llamada marca la existencia del elegido de forma determinante: en adelante su corazón -estará o debería estar- colonizado por Cristo; en adelante, no podrá regir su propio destino desde criterios individuales; en adelante, deberá sentirse corresponsable de toda la humanidad. No podrá vivir simplemente para sí, sino para Cristo y para los demás. Desde esta perspectiva, no parece que la llamada apostólica sea básicamente un privilegio.
Tampoco hay que olvidar que Jesús llama a pescadores, es decir a trabajadores manuales y gente ordinaria, no a personas religiosas o a intelectuales muy preparados, que pueden revelarse como impedimentos para la realización de un camino espiritual. Tanto la mente como el corazón, sin espíritu, tienden a degenerar en intelectualismo y en sentimentalismo. Quien cae en las redes de las ideas o de las emociones, se aleja de la verdadera vida del espíritu.
Estar con Él y pescar a los hombres: contemplación y acción, comunidad y misión, interioridad y exterioridad, recibir y dar.
Pescar hombres tiene relación con lo de pescar peces. La misión espiritual siempre está relacionada con los talentos naturales de cada cual, aunque profundiza, desde luego, esos talentos o dones naturales para llevarlos a su plenitud.
Resulta sobrecogedora la inmediatez con que estos cuatro primeros discípulos aceptan la invitación de Jesús y le siguen: no hay dudas, no hay preguntas (¿adónde?, ¿quién eres?, ¿qué pasará con mi familia?…), sólo acción pura.
(Inspirado en el libro: Biografía de la luz, de Pablo d’Ors)
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