Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.
Lectura Espiritual
EL PERFUME DE BETANIA
La pasión es exagerada por naturaleza
Dos figuras se contraponen claramente e este pasaje: la de Judas, que calcula el costo del gesto que ha presenciado -y que lo juzga un desperdicio-, y la de María de Betania, quien se deja llevar por su arrebato y derrocha a los pies de su maestro un caro perfume. El primero representa la postura práctica y utilitarista ante la vida; la segunda, por el contrario, la actitud gratuita y desbordada. Judas, escandalizado por un acto que no es capaz de entender, está en el futuro (piensa en los pobres, o eso quiere hacer ver, a quienes cabría haber socorrido con todo el dinero que cuesta ese perfume). María, en cambio, se vuelca en el presente, entregándose a la locura de su unción y prescindiendo de qué dirán los presentes, quienes sin duda la condenaron.
Entre ambas figuras está la de Jesús, que recibe en sus pies tanto a la mujer, en su llanto y en sus cabellos, como el hombre, en su crítica. Para que no degenere en espiritualismo desencarnado, la espiritualidad debe implicar la acción social, eso es indiscutible. Pero no debe agotarse en ella. La verdadera espiritualidad se reconoce por no ser una práctica utilitaria, sino precisamente gratuita y exagerada. Más aún: la mentalidad pragmática y calculadora desvirtúa y hasta invalida toda actividad espiritual, tachándola de pérdida de tiempo y de derroche. La actitud contemplativa es tal vez por ello la provocación más urgente para el hombre de hoy.
El contexto de esta escena es trágico: el perfume con que se unge a Jesús es presagio de aquel con el que se le ungirá en la sepultura. Para acceder al perfume de nuestro ser, para que pueda revelarse quienes somos se precisa de un triple movimiento. Uno: romper el círculo social. Dos: entregar el cuerpo. Tres: dejar que drene el corazón.
Uno: La lógica mundana y la divina son contrapuestas y, en consecuencia, se enfrentan por necesidad. La conciliación es posible, pero no en términos de paridad. Primero Dios y, desde ahí, al mundo (amar a Dios sobre todas las cosas). Ese primero Dios es aquello contra lo que el mundo se rebela con uñas y dientes. La causa de Dios siempre es amenazada en este mundo. María de Betania rompe con todo protocolo. Su amor por Jesús es tan intenso y arrebatador que no puede por menos de salir de su marco habitual para entrar en el de la incorrección política y la inconveniencia social. Ella no ha buscado algo así, esto es un efecto colateral. Pierde toda su reputación en pocos segundos, lo echa todo por la borda. No le importa lo que piensen de ella, se ha liberado de qué dirán. Necesita salir de un mundo para entrar en otro y poder ser la persona que está llamada a ser. Para ella habrá un antes y un después de aquel encuentro, al arrojarse a los pies de su maestro.
Dos: para María son importantes aquí las tres cosas: el maestro, los pies y el hecho de arrojarse. Ya no habrá otros maestros en su vida. Encontrar un maestro es encontrar un nuevo principio. Los pies son importantes. Abajo es el sitio espiritual por excelencia. Vivirá para el servicio, tocando tierra. La humildad se convertirá en su lema. En el maestro -de carne y hueso- es donde ella deberá romper el frasco de su vida -ese carísimo perfume- puesto que ahora ha encontrado donde volcarlo. Por último, arrojarse. El ímpetu y la pasión son necesarios. No puede uno entregarse al amor de su vida de forma sensata y razonable… El amor pide por su naturaleza exageración.
Tres: Sólo con el círculo social roto y a los pies del maestro, el corazón puede empezar a drenar. Ese corazón humano, tan sucio por años de errores, va purificándose en la medida que las heridas del mundo van siendo ungidas por el perfume. El corazón sana con las buenas acciones, se vacía de estupidez, de vanidad, de ruido… y va convirtiéndose en un corazón de carne, humano, divino. Va colocándose en su sitio, y todo lo demás se recoloca: los instintos dejan de exigir primacía; la mente abandona los pensamientos estériles y obsesivos.
Primero, pues, has de separarte de los demás; luego de ti mismo; finalmente se te regala un corazón puro, en cuyo centro -¡oh, sorpresa!- te encuentra contigo mismo y con los demás.
Pablo d’Ors, Biografía de la luz
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