Lectura espiritual
16. EL Pan Y LA PALABRA
No separar el cuerpo del Espíritu
El diablo le dijo: Si eres el hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan. Le replicó Jesús: Escrito está: NO SÓLO DE PAN VIVE EL HOMBRE, SINO DE TODA PALABRA QUE SALE DE LOS LABIOS DE DIOS. (Lc 4,3-4)
Si eres… Así empieza la primera tentación, con un cuestionamiento de la propia identidad. Pero Jesús ya sabe quién es, lo ha descubierto en su bautismo. El saber, sin embargo, debe ser probado. No puede quedarse en lo teórico.
Demostrar que es hijo de Dios, es decir, que tiene confianza en que alguien cuida de él: que él no es la referencia absoluta de su vida, sino que hay en su corazón algo más allá de su yo individual. Éste es siempre el núcleo de toda tentación: hacer que la persona se crea autosuficiente y, de este modo, apartarla de la referencia a un más allá.
El diablo incita a la tentación primordial: no querer que el mundo sea como es, sino que se ajuste a nuestro capricho o a nuestra necesidad. No dejar que las cosas sean sencillamente lo que son.
El diablo comienza tentando con lo más básico: el hambre, los instintos. Jesús es tentado con lo que se identificará más tarde -el pan de vida-, con aquello por lo que será reconocido: partir el pan. Jesús, aunque tiene hambre, sostenido por su trabajo ascético, no vacila.
La respuesta de Jesús va precedida con un escrito está, es decir, con una referencia a la Sagrada Escritura: apela al pasado como mapa para entender el presente. La principal defensa frente a la tentación diabólica, es la tradición judeocristiana de la Biblia. Escuchar su yo profundo no supone para Jesús alejarse de la sabiduría de sus mayores, sino entenderla en profundidad. Esto nos da una pista fundamental: la escucha de la propia conciencia no prescinde de la cultura, sino que, al contrario, la acoge y redimensiona.
Con este propósito rezaban los padres del desierto con salmos y manducaban sin cesar la Palabra -por decirlo a su modo-, en forma de jaculatorias. Éstas les protegían del ataque de cualquier emoción tóxica o pensamiento oscuro, que podrían sobrevenirles en cualquier momento. De ahí su apasionada búsqueda de una oración continua y su empeño por sincronizarla con el ritmo respiratorio: in-corporar la palabra al cuerpo.
Si el corazón está en su sitio, también la mente y el cuerpo lo estarán y dejarán de ofuscar al hombre con sus reclamos. Guardar el corazón es el camino para someter la constante tiranía de las ideas y de los instintos. Por eso, si nuestra mirada está en lo esencial, tanto lo de arriba (las ideas) como lo de abajo (los instintos) se colocarán en su lugar.
Jesús no dudó. Sabía que dudar es empezar a perder. Sabía que por la duda se cuela el maligno. El propósito del entrenamiento espiritual es precisamente aprender a no dudar nunca y a vivir siempre confiados. Aprender una lúcida -no estúpida- ingenuidad, una segunda inocencia.
Decir que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de los labios de Dios es tanto como afirmar que el hombre no es sólo cuerpo, sino también espíritu. Se trata de una invitación a tomar consciencia de que el espíritu, como el cuerpo, se atrofia y hasta se muere si no se alimenta. De modo que esta respuesta de Jesús -el abc de la espiritualidad- podríamos traducirla hoy poco más o menos así: No vivas sólo para lo externo, cuida tu interioridad.
Pero ¿cómo? Lo primero es solucionar el hambre del mundo, arreglar lo que no funciona -dicen muchos, casi todos-, ya habrá tiempo para rezos, meditaciones y ceremonias. Lo primero y lo decisivo es el pan, ya veremos luego lo de Dios. Esto, sin embargo, no es en absoluto lo que Jesús parece estar diciendo. El afirma más bien: no sólo pan, lo primero es también la palabra.
Todos estamos de acuerdo en que una religión que no se confronte hoy con el problema del hambre en el mundo pierde por completo su credibilidad. Pero ¿la perdería de igual modo si no se confrontase con la sed de Dios? Habrá pan para todos -parece estar diciendo Jesús- si hay conciencia de un Padre común, sólo así.
La salvación sólo es posible si lo que Dios ha unido -el pan y la Palabra, el cuerpo y el espíritu- no lo separa el hombre.
(Inspirado en el libro: Biografía de la luz, De Pablo d’Ors)