Lectura espiritual
¿Qué busco? Esta es la pregunta que abre las puertas del corazón; y no otras, como: ¿qué debo hacer? o ¿cómo debo ser? No qué debo o no debo hacer o ser, sino quién soy: qué vive en mí, qué sucede en mi espacio vital. […]
Dios desea que nosotros sintamos deseo de él. Una de las expresiones más bellas y entusiasmadas es la del número 2560 del Catecismo de la Iglesia Católica: “Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de él”; Deus sitit sitiri, Dios tiene deseo de nuestro deseo, desea ser deseado. […]
[…] ¿Por quién estas caminando? ¿Qué o que cosa impulsa tu vida? Quizá también nosotros, en un primer momento, frente a esta pregunta, deberíamos guardar silencio. La respuesta fácil: camino por Dios y su evangelio, ¿es precisamente la más auténtica?
Amar la pregunta: ¿quién es el maestro y señor de nuestra vida? ¿Quién decide lo que vamos a hacer o no hacer? Es muy importante que haya alguien que nos lo recuerde con frecuencia: pero tú, ¿por quién estás caminando?, ¿qué lógica te guía?
Yo mismo, ¿por qué estoy aquí? ¿Por quién estoy caminando […]? ¿Por vanidad […]? ¿O para dar testimonio de que el evangelio me da fuerza y alegría? Y cada cual puede preguntarse: ¿por qué participo en [esta oración]? […] ¿Por sentido del deber? ¿Para no dar mala impresión? […] O bien, con san Benito, porque revera Deum quaero, porque busco a Dios, un Dios que es oxígeno, “cuyo nombre es alegría, libertad y plenitud” (Marina Marcolini), y en el que puedo florecer. ¿Qué es para mí lo que la primavera es para las flores? (Giuseppe Centore). Como la llama busca en el aire su elemento, así nuestra alma te busca a ti, su único elemento, su principio y fin último.
Todo comienza con la vuelta al corazón, un corazón que escucha, donde no cuentan los roles, títulos o poderes, sino donde estás vivo cuanto más lo está tu deseo, donde tienes tanta fuerza como tus ideales.
Soren Kieerkegaard afirma: “La fe se manifiesta en la infinita pasión por lo existente” Pasión por la vida y por aquel que es su fuente. La misma fe, esperanza y caridad no son ideas; son pasiones, hechos pasionales, o no son nada.
Todos nacemos como seres apasionados. Nuestra vida no progresa por órdenes o prohibiciones, sino por una pasión. No procede por golpes de voluntad, sino por atracción. No avanza por obligaciones, sino por seducciones. La pasión nace de una belleza al menos vislumbrada. La pasión por Dios nace de haber descubierto la belleza de Cristo.
Dios no me atrae porque es todopoderoso ni me seduce por ser eterno y perfecto; por estas cosas se le puede admirar e incluso obedecer, pero no amar. Dios me seduce con el rostro y la historia de Cristo, el hombre que lleva una vida buena, bella y bienaventurada, libre y amante como nadie lo ha sido. Él es la buena nueva que dice: todos pueden vivir mejor. Y el evangelio tiene la clave y guarda el secreto.
“Estoy cansado de decir Dios”, escribía Blaise Pascal, “quiero sentirlo”. Busco a un Dios sensible para el corazón, a uno que hace feliz el corazón, cuyo nombre es alegría, libertad y plenitud.
Dios es bello. A nosotros nos toca anunciar a un Dios bello, deseable e interesante. Que aliente la vida. Como Pedro en el Tabor: “Señor, ¡qué bien se está aquí contigo! Hagamos tres tiendas…” (cf. Mt 17,4).
Hemos empobrecido el rostro de Dios, a veces lo hemos vuelto mísero, relegándolo a hurgar en el pasado y en el pecado del hombre y la mujer. Hemos hecho de él quizá un Dios al que se venera y adora, pero no a alguien implicado e involucrado, que ríe y que juega con sus hijos en los cálidos juegos del sol y del mar. Todo el mundo busca a un Dios que se implique.
Dios puede morirse de aburrimiento en nuestras iglesias. “Cristo, muerto por nuestras tristísimas homilías” (David Turoldo). Devolvámosle su rostro solar, un Dios que gustar y gozar, un Dios deseable. Será como beber en las fuentes de la luz, en los límites del infinito.
¿Qué buscáis? ¿Por quién camináis? Camino por alguien que hace feliz mi corazón.
Ermes Ronchi, Las preguntas escuetas del evangelio
|