Lectura espiritual
20. LA BODA
Al tercer día se celebraba una boda en Caná de Galilea; allí estaba la madre de Jesús. Jesús y sus discípulos estaban invitados a la boda. Se acabó el vino, y la madre de Jesús le dice: NO TIENEN VINO. Le responde Jesús: ¿qué quieres de mí, mujer? Aún no ha llegado mi hora. La madre dice a los sirvientes: Lo que os diga, hacedlo. Había allí seis tinajas de piedra para las abluciones de los judíos, con una capacidad de setenta a cien litros. Jesús les dice: llenad las tinajas de agua. Las llenaron hasta el borde. Les dice: Ahora sacad algo y llevadlo al maestresala. Se lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino (sin saber de dónde procedía, aunque los sirvientes que habían sacado el agua lo sabían), se dirige al novio y le dice: Todo el mundo sirve primero el vino mejor, y cuando los convidados están algo bebidos, saca el peor. Tú has guardado hasta ahora el vino mejor. (Jn 2,1-10)
Toda boda celebra que el corazón ha unido la mente con el cuerpo. Porque la mente sin el cuerpo es puro intelectualismo o, lo que es lo mismo, simple ideología y, en último término, alienación. El cuerpo sin corazón, en cambio es pura animalidad, o sea, expresión sin intencionalidad sólo desde el corazón podemos tener las ideas justas -ajustadas a la realidad- y los instintos humanizados, orientados a una finalidad.
La celebración de estas bodas de la unificación humana sólo es posible cuando Cristo llega a la fiesta, que es lo mismo que decir cuando el corazón -normalmente endurecido o disperso, víctima de infinitos reclamos- se despierta y se centra. Faltaba el vino en la fiesta, faltaba Él.
Ahora bien, el vino no aparece sin más: alguien tiene que pedirlo y traerlo. Éste es el papel de María, la misión de nuestra virginidad interior, de nuestra inocencia primordial. María es siempre quien reconoce la carencia (no tienen vino) y quien pone en marcha la fiesta (lo que os diga, hacedlo). Debemos pues admitir que nos falta espíritu y pedirlo; y pedirlo de verdad no es cómodo: requiere concebirlo, gestarlo y alumbrarlo. Todo muy bonito, por supuesto, pero también laborioso.
¿Qué quieres de mí, mujer? Todavía no ha llegado mi hora, añade Jesús, como rechazando implicarse. María, que ha posibilitado la entrada biológica de Jesús a este mundo, le da ahora la entrada espiritual. Empieza tu trabajo, es como si le dijera. Empieza a repartirles vida, que eso es lo que significa el vino. Comienza a celebrar la Eucaristía para la que has nacido. Jesús se resiste (todos nos resistimos); pero, al cabo -y en eso marca la diferencia-, supera sus prevenciones y se pone en acción: su hora ha sonado efectivamente. Es la hora de dar cabida en el mundo a la nueva ley del vino y del amor.
La tinajas fueron llenadas de agua “hasta el borde”, es decir, confiando sin reservas. Nadie quiere ser amado a medias, sino hasta el extremo. El amor a medias no existe. Amar es siempre hasta los bordes, esto es con riesgo de desbordamiento. Sin riesgo no hay amor; sin confianza no hay oración.
Toda el agua se convierte en vino: el espíritu afecta al hombre entero, desde el principio de su historia (su pasado queda sanado) hasta su fin (su futuro queda liberado de cualquier temor). Agua que purifica; vino que vivifica.
Caná: metáfora del camino espiritual: reconocer la realidad (no tienen vino), llenar las tinajas de agua hasta los bordes (purificarnos), y ponernos confiadamente en sus manos (lo que os diga, hacedlo). Un buscador espiritual es quien dice: ésta es la hora de abrir los ojos, es el momento de purificarse, es preciso posibilitar el Reino de Dios. Para ello hay que prepararse, cuidar y cuidarse, ponerse en marcha.
El mundo se alegrará gracias a esta puesta en marcha de los buscadores espirituales, pero no se lo reconocerá. No siembras alegría para ser reconocido, disfrutar de la alegría de los demás es ya el premio de la cosecha.
(Inspirado en el libro: Biografía de la luz, de Pablo d’Ors)