Diumenge XIII durant l’any / B / 2021

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Lectura espiritual

14. LA PALOMA
Ponerse a la fila y arrodillarse ante el maestro

Por entonces fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Juan se lo impedía diciendo: Soy yo quien necesita que me bautices, ¿y tú acudes a mí? Jesús le respondió: Ahora cede, de este modo conviene que realicemos la justicia plena. Ante esto accedió. Jesús se bautizó, SALIÓ DEL AGUA Y, AL PUNTO, SE ABRIÓ EL CIELO, y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y se posaba sobre él; y se oyó una voz del cielo que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco. (Mt 3,13-17)

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Lo primero que sabemos del Jesús adulto es que acude al Jordán y que allí se pone a la fila, como uno más, para recibir el bautismo de manos de Juan. No se sitúa el primero, no busca distinciones. Se suma a una fila de pecadores, está con los demás. Es allí donde quiere estar.

Jesús no quiere dejarse bautizar porque tenga heridas que sanar o errores que subsanar, sino porque desea correr el mismo destino que sus semejantes. Sabe que para ser pastor, primero hay que ser cordero.  No busca una santidad que le separe del resto. La plenitud a la que se sabe llamado es unión con todos y en todos.

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Todos necesitamos purificarnos: el tiempo nos llena de traumas y sombras, y llega el momento en que nos damos cuenta de que es necesario barrerlo y limpiarlo todo para volver a empezar. Para volver a fluir. El agua nos purifica, nos limpia, nos prepara; pero el fuego arde, nos quema, nos consume. Si uno no muere, si no arde en llamas, no podrá renacer.

Juan reconoce a Jesús de inmediato. También nosotros tenemos momentos así: instantes de extrema lucidez en que comprendemos que hacemos aquí, adónde vamos, cómo actuar, para que este mundo marche, cómo resplandece todo… Entiende que la misión para la que ha nacido se acaba de cumplir y que puede pasar el testigo. Hay un futuro pero tú no eres su protagonista y eso te deja tranquilo.

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No soy digno, le dice a Jesús para disuadirle. No soy nadie. ¡Claro que no somos dignos! ¡No es cuestión de méritos! A cualquiera que tenga el corazón en su sitio le impondría ver que alguien se arrodilla ante él. Porque nadie ha sido hecho para ponerse por debajo de nadie. Un maestro que pedía la bendición a su discípulo, un padre que se inclinaba con todo respeto ante su hijo. En esto consiste ser padre o maestro: en no retener al hijo o al discípulo, en darle autoridad y libertad.

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Y las puertas del cielo se abren, es decir, que su percepción se hace de repente absoluta. Voz y visión. El espíritu, que es invisible cuando necesitamos de purificación se hace visible una vez purificados. Lo que se llama Dios no es una mera experiencia interior, sino también es una evidencia exterior.

La paloma es nuestro yo, por eso vuela libremente. Lo que debe hundirse en las aguas es nuestro ego. No podemos pasarnos toda la vida como si tuviéramos una paloma dentro. Necesitamos un bautismo, una iniciación. Debemos situarnos lo antes posible en alguna fila de pecadores: querer positivamente compartir el destino de los demás. Debemos arrodillarnos ante algún maestro o nunca escucharemos nuestra voz interior.

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Y se oye una voz: “Tú eres mi Hijo amado”. Tú eres de mi familia. La confianza no es estúpida porque se ha experimentado que lo que acontece no es arbitrario o caprichoso, sino que obedece a un designio amoroso y providente. Al confiar hacemos la experiencia de unirnos al otro y al mundo, y en eso consiste la mística. Merece la pena confiar.

Nuestro principal problema es hoy la pérdida de la experiencia de filiación. Si aprendiéramos a escuchar, comprenderíamos que la conciencia nos dice lo único que necesitamos oír: eres amado, puedes confiar, eres hijo, hay alguien que vela por ti.

Todos podemos renacer y responder a esa voz interior que nos dice: en ti me complazco, es decir, me alegro que seas como eres, me alegro sencillamente de que seas.

(Inspirado en el libro: Biografía de la luz, De Pablo d’Ors)