Lectura Espiritual
La contemplación busca al amado de mi alama (Cant 1,7). Esto es, a Jesús y en Él, al Padre. Es buscado porque desearlo es siempre el comienzo del amor, y es buscado en la fe pura, esta fe que nos hace nacer de Él y vivir en Él. En la contemplación se puede también meditar, pero la mirada está centrada en el Señor (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2709).
La oración contemplativa no ha gozado de buen cartel. Se la solía asociar al quietismo o, al menos, al subjectivismo y al intimismo. Se trataba de algo así como de un escape a la praxis cristiana de la caridad, del servicio, de la acción evangelizadora. Meterse por los caminos de la mística se consideraba peligroso para la vocación y para la vida.
Pero la contemplación ̶ como vino a recordar el Catecismo de la Iglesia Católica ̶ , es la cúspide y la meta de la vida de oración, experiencia insoslayable para el proceso de identificación y transformación en Cristo por el amor.
Otras veces, la contemplación ̶ incluso en ambientes piadosos, por ejemplo, el de la dirección espiritual ̶ se relegaba por una malentendida humildad e incluso por ignorancia. Pero este es un error de los que se pagan caro, porque impide al Señor llevar adelante su acción profunda en los corazones, bloqueando la felicidad del amor. Resulta, por tanto, urgente, resaltar este camino, que muchas veces resultará algo así como una vía rápida y sencilla para acceder a la intimidad divina.
No se trata tampoco de pretenderlo vanidosamente, sino de disponernos ̶ o ayudar a otros a hacerlo ̶ generosamente, pidiéndole al Espíritu con humildad que nos meta por ahí. Cuando la mediocridad en tantas personas que tienen una orientación religiosa en su vida es norma, cuando ser autosuficiente parecería haberse convertido en la piedra de toque de la santidad, el tema de la oración contemplativa constituye una prioridad, en tanto constituye la experiencia suprema de Dios en esta tierra.
Ahora bien, ¿de qué contemplación se trata?
Lógicamente, de la contemplación cristiana, de la sobrenatural. No de la que puede darse en la contemplación filosófica o en la estética, ni la que se desprende de la simple reflexión teológica del dato revelado. Tampoco la que se identifica con fenómenos extraordinarios, sino la que se inserta en el desarrollo normal de la gracia santificante, con su cortejo de virtudes teologales y de dones del Espíritu Santo. Porque cada hombre, querámoslo o no, es un místico en potencia, ya que en el fondo de sí mismo está la presencia del Espíritu, que solicita el espacio interior en que puede darse la unión de corazones.
Se delinea ya como elemento constitutivo de la contemplación, la necesidad del encuentro personal con Jesús, tal como enseña el Catecismo, y cuya formulación aparece al inicio de este epígrafe. Sigue siendo actual la breve aunque densa definición de san Juan de la Cruz:
La contemplación es ciencia de amor, es noticia infusa amorosa de Dios, que juntamente va ilustrando y enamorando el alma.
Ricardo Sada; Consejos para la oración mental