Lectura espiritual
12. EL CAMINO
Desprenderse de todo lo accesorio
Éste es el testimonio de Juan, cuando los judíos le enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle quién era. Él confesó sin reticencias que no era el Mesías. Le preguntaron: Entonces, ¿eres Elías? Respondió: No lo soy. ¿Eres el profeta? Respondió: No. Le dijeron: ¿Quién eres? Tenemos que llevar una respuesta a quienes nos enviaron, ¿qué dices de ti? Respondió: Jo soy la voz el que clama en el desierto: ALLANAD EL CAMINO DEL SEÑOR (según dice el profeta Isaías). Algunos fariseos de los enviados dijeron: Si no eres el Mesías ni Elías ni el profeta, ¿por qué bautizas? Juan les respondió: Yo bautizo con agua. Entre vosotros está uno que no conocéis, que viene detrás de mí, y yo no soy quién para soltarle la correa de la sandalia. Esto sucedía en Betania, junto al Jordán, donde Juan bautizaba. (Jn 1,19-28)
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Sólo después de una larga temporada en el desierto, ese asceta que fue Juan se atreve a predicar y a bautizar. El se ha purificado y quiere ayudar a otros a iniciarse en este camino. El término camino es muy importante en toda búsqueda espiritual. No se trata de un camino cualquiera sino del camino del Señor, el que conduce a la vida de verdad.
A menudo tomamos el camino equivocado. Incluso podemos perder nuestra condición de caminantes. Quizás vayamos despistados y errantes. Siempre podemos rectificar. Tendemos a pensar que hemos de ir a quién sabe dónde y hacer quién sabe qué cosas raras. El camino del Señor y el tuyo son el mismo. Lo que el quiere es que tú vivas.
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Lo único que debe exhortar un maestro o guía espiritual es a recorrer el camino y a irse desprendiendo de todo lo que no es imprescindible.
Ve al desierto y permanece en él. No lo llenes. Retorna a lo esencial y deja de buscar fuera lo que ya tienes dentro. Es una invitación a “ser”, sólo a “ser”, sin aferrase al poder, al placer o al tener. ¿Quieres “ser”? ¿Te atreves a vivir desnudo, sin entretenerte en lo anecdótico o circunstancial? Juan ha dejado casas y propiedades (seguridad), familia y amigos (afectos), y el templo (la religión oficial, exterior).
Dejar atrás las propias ideas, el propio pasado, proyectos e ilusiones, las pequeñas alegrías y placeres cotidianos y meterse en un gran vacío no es fácil. ¿Qué intensidad debe tener la llamada interior para que uno pueda abrazar todo esto y, sobre todo, mantenerlo?
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Para ir al centro, hay que abandonar la periferia del mundo, aunque luego sea el verdadero mundo, lo que encontraremos en ese centro. En ese centro está el Amado. Ese centro es el Amado. Sabes que es el Amado si por Él lo has dejado todo. Todo es nada ante el Amado, por eso precisamente es nuestro amado.
“Yo soy una voz que clama en el desierto”. El hombre (el testigo) es el mensaje, y el desierto es el escenario para que este mensaje pueda descifrarse. La voz de Juan apunta a otra voz, la de Jesús. Nuestra voz más profunda es la suya.
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“Yo bautizo con agua; pero Él bautizará con fuego”. Yo preparo la experiencia, pero Él es la experiencia.
Juan supo quitarse de en medio para que quienes estaban ante él vieran la verdad. Quitarse de en medio no resulta fácil. Creemos tener derechos sobre nuestros cónyuges e hijos, sobre nuestros alumnos y amigos. Soltarles, permitir que hagan su camino -distinto del nuestro- supone poseer una gran madurez. El verdadero maestro nunca se apunta a sí mismo, sino al maestro interior que todos llevamos dentro.
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Todo lo que habitualmente ocupa nuestra mente y nuestro corazón se desvanece cuando entramos en nuestro desierto. Por eso, justamente, no queremos entrar: porque no queremos ver que hemos estado durante décadas entretenidos en naderías.
En la soledad desértica, desenmascaradas nuestras idolatrías y finalmente desapegados de lo circunstancial, descubrimos que “somos” y “qué somos”.
(Inspirado en el libro: Biografía de la luz, De Pablo d’Ors)