Lectura espiritual
Simón, hijo de Juan, ¿me amas? (Jn 21,16)
El Maestro no se deja impresionar por los defectos de nadie, sino que pronuncia y crea futuro. El milagro es que la debilidad, incurable, todo mi esfuerzo para nada, las noches sin fruto, las traiciones, no son una objeción, sino una ocasión para volvernos nuevos, para estar bien con el Señor, para renovar nuestra pasión por él. Para comprender mejor su corazón.
En esta página veo florecer la verdadera santidad, que no consiste en la falta de pecados o en un campo de malas hierbas, sino que viene de una pasión renovada. La verdadera santidad es renovar ahora mi pasión por Cristo y por el evangelio. Ahora.
“Simón de Juan, ¿me amas tú ahora?”. Y no hay pasado que valga, no hay pecado que exhume, ya no existe aquella noche alrededor del fuego, en el patio de Caifás, donde Pedro, Cefas, la roca, se había desplomado ante tres criadas, donde por tres veces había jurado: “¡No lo conozco!” (Mt 26,69-74).
Se ha acabado, borrada por las lágrimas de entonces y por el amor de ahora, en torno a otro fuego, encendido por Jesús frente al mundo, frente al corazón de Pedro.
Es en nombre del futuro como se supera la negación de ayer. Y vale para siempre y para todos: el señor no perdona como un desmemoriado sino como un creador.
Esto es lo que interesa al Maestro: volver a encender los fuegos, un corazón vuelto a encender, una pasión resucitada: “Pedro, ¿me amas tú ahora?”. La santidad no es una pasión apagada sino una pasión convertida.
Si apagas las pasiones, serás un eunuco, pero nunca un santo. El Señor crea creadores, artífices de un futuro bueno: “Apacienta mis corderos”.
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