Lectura Espiritual
Vosotros seréis mis amigos si hacéis lo que Yo os mando, dijo Jesús, recordando la condición de toda amistad: ser mutuamente fieles, tener identidad de voluntades.
En todo caso, el mérito y las obras de nuestra vida no son lo más importante. Es mucho más importante preguntarnos si damos a Dios lo que desea de nosotros. ¿Le estamos proporcionando aquello que realmente anhela?
En los últimos siglos hemos sabido de comunicaciones de Jesús o de María con almas elegidas. Quizá algunas sean menos auténticas que otras, pero todas coinciden en un punto: que nuestro Señor no está satisfecho con la respuesta que nosotros, los hombres, damos a su amor.
Él nos ha creado y nos ha llamado para ser sus amigos. Nos ha escogido para participar en las penas y alegrías de su Corazón, para darle consuelo en sus aflicciones y corresponder con amor a su Amor. No nos ha elegido por algún mérito o talento propio, sino por su bondad y misericordia. No nos ha elegido para que seamos, sino para podernos hacer.
Lo bueno que hay en nosotros lo es por su Amor. Porque antes de compartir todo con nosotros primeramente nos amó. Compartió con nosotros sus méritos, sus poderes, sus virtudes, su Cuerpo y su Sangre, su misma Madre. Participó en el castigo de todos nuestros pecados, puesto que no puede participar en su comisión. Ha cargado todas nuestras deudas sobre Sí. Nos ha elegido para compartir sus tareas, no porque necesite nuestra cooperación sino porque desea hacernos participar en su recompensa, en su felicidad en el cielo. Y la única cosa que pide de nosotros es nuestro amor. ¿Es defraudado?
Quizá en efecto, se sienta defraudado. Y lo esté en parte porque nos nubla el corazón un malentendido. Una falsa humildad, una reverencia jansenista, un temor exagerado que nos impide darle el generoso amor de la íntima amistad para la que nos ha elegido.
Quizá sea por sostener puntos de vista formales, legalistas. Quizá porque nos influye la mentalidad pragmática del mundo contemporáneo, que tiende a resaltar la acción por encima de la disposición interior. Quizá porque vemos en nuestros deberes religiosos algo así como las prescripciones de un código penal en vez de la llamada suplicante de un Corazón impaciente por amarnos.
Nosotros no conocemos a nuestro Señor. No conocemos su Amor. No conocemos las dimensiones de su Corazón.
Ricardo Sada; Consejos para la oración mental
Per publicar un comentari heu de iniciar sessió.