Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.
Lectura Espiritual
LA PESCA
Dios es, aunque los hombres no seamos todavía
Es tras una pesca fallida cuando Él se les aparece. El punto de partida es, pues, la experiencia del fracaso. Al principio, como en el resto de las pariciones pascuales, sus discípulos no le reconocen. Están demasiado cegados por su propio fracaso.
El maestro anónimo les invita entonces, justo cuando comenzaba a amanecer, a echar de nuevo la red. Es tras la noche que se abre el día. Deben seguir apostando, no claudicar. Se trata de repetir lo que han estado haciendo toda la noche, sí, pero con una renovada confianza. La red, de pronto, se llena de peces. La esterilidad -¡quién iba a decirlo!- da paso a una inesperada fecundidad. Esta transformación, esta insólita abundancia, es el signo que permite que la vida sea reconocida.
El discípulo a quien Jesús amaba lo había intuido, por eso exclama: ¡Es el Señor! Es Juan quien lo ve, el tiene el carisma de la visión, él es el místico. En cuanto Pedro oyó aquello de labios de su compañero, se puso un blusón -se nos dice- y se lanzó al agua. No se lo pensó, o muy poco, pues se ató la túnica antes de dejar la seguridad de la barca. ¿No es raro? ¿No tenía que haber hecho lo contrario: ¿desnudarse para sumergirse o sumergirse sin más, puesto que ya estaba desnudo? Como Adán en el paraíso, desnudo ante dios tras su pecado, así se sentía Pedro ante Jesús, despojado de todo tras su triple y vergonzosa negación. Ahora, en cambio, se pone la ropa, se ciñe, se prepara, empieza a entender que se le brinda una nueva oportunidad. Por eso se viste y, en un segundo, recupera su dignidad. El coraje para la aventura, el abandono de lo conocido, sólo es posible cunado hemos intuido dónde está la verdadera vida. Nada es imposible cuando tenemos fe.
Pero ¿qué es lo que Pedro siente -aún sin pensarlo- mientras bracea rumbo al maestro? Que dios no quiere al hombre cuando es bueno y le rechaza cuando es malo, sino que Dios es amor y que, por ello, no puede negarse a sí mismo. Sabe por fin que dios es, aunque los hombres no seamos todavía. Esa es la otra orilla a la que por fin llega y donde ese amor le está esperando. Juan es la visión, pero Pedro es la pasión y la acción, hermosamente unidas en este episodio.
Luego comen juntos en la playa, frente a un fuego. Solo comiendo juntos, sentándose a la misma mesa y festejando la unidad, se abre la mente de los discípulos. Sólo cuando se comparte se disipa toda reserva y la Palabra se hace realmente comprensible. Nadie se atreve a preguntar nada. Cualquier palabra habría profanado aquel momento tan especial. Es el momento de la investidura. Ahora pueden ser testigos de la vida y pescadores de hombres. El relato concluye en esta eucaristía improvisada ante un fuego en el que calentar la esperanza.
Pablo d’Ors, Biografía de la Luz