Lectura espiritual
Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? (Jn 20,15)
¿Cómo hacer para ver, entender, tocar y dejarse tocar por las lágrimas? Aprendiendo la mirada y los gestos de Jesús, que son los del buen samaritano: ver, detenerse, tocar.
Ver, acercarse y tocar. En la vida hay tres verbos malditos, que son: tener, subir, mandar. A ellos Jesús opone tres verbos benditos: dar, bajar, servir. Haciendo esto será feliz.
1, Ver. El samaritano vio y se compadeció. Vio las heridas de aquel hombre y se sintió herir por aquellas heridas, invisibles en cambio para quien ha perdido los ojos del corazón. El término clave para reflejar la compasión en su fuerza explosiva es “sufrimiento”.
Es demasiado fácil cerrar los ojos aduciendo como pretexto la grisura de la ciudad y de los rostros. Hay un solo modo para conocer a un pobre, a Dios, a una ciudad, una herida o una flor: arrodillarse y mirarlo de cerca. Se conoce solo de rodillas. Mirar a los demás a milímetros de la cara, de los ojos, de la voz, y no de lejos. Mirar como niños y escuchar como enamorados.
Pensemos en el modo de mirar de Jesús. Es la mirada del amo del campo en la parábola del buen trigo y de la cizaña (cf Mt 13,24-30). La mirada de los criados se fija en el mal, ve las malas hierbas. La mirada del dueño del campo ve el buen trigo, la espiga que se encamina a la maduración.
La luz es más importante que la oscuridad y el bien vale más que el mal. Adquirir esa mirada: ojos de lámpara (Mt 6,22) que no solo ven, sino que son como una lámpara, que proyectan luz, que ilumina en cada uno el bien, lo positivo.
2, Acercarse. Y no “pasar de largo”. Más allá no hay nada, y mucho menos Dios. La verdadera diferencia no está entre cristianos, musulmanes o hebreos, creyentes o no creyentes, sino entre quien se acerca y quien no se detiene ante las heridas y pasa de largo.
Si has pasado una sola hora asumiendo el dolor de una persona, eres más sabio y conoces más que el que ha leído todos los libros. Sabio de la vida. Pero la vida se revela solo a aquellos cuyos sentidos están vigilantes. El la tierra todo nos llama y nos interpela, pero tan levemente que pasamos mil veces sin ver nada.
3, Tocar. Cada vez que Jesús se conmueve, toca. Es una palabra dura para nosotros, para mí. Nos pone a prueba. No resulta espontáneo tocar al contagioso, al infecto, la mano del mendigo. El tacto es el modo más íntimo, el beso.
Una segunda escena está ambientada en Naín (cf Lc 7,11-17). Jesús se para ante el dolor, no pasa de largo, no sigue adelante, se conmueve; y después toca, levanta al muchacho y se lo entrega a su madre, en un acto de nacimiento. Jesús pare. Porque la misericordia es todo lo que es esencial para la vida.
Ver, pararse, tocar: pequeños gestos, pero la noche empieza con la primera estrella y el mundo nuevo, con el primer samaritano bueno. La velocidad de hoy produce ceguera, y la ceguera, dureza de corazón.
La mirada sin corazón produce oscuridad y se corre el riesgo de transformar a los invisibles en culpables, de transformar a las víctimas –los prófugos, los migrantes, los pobres- en culpables y en causa de problemas. Lo contrario del amor no es el odio sino la indiferencia.
Siglos de moralismo han hecho de las obras de misericordia deberes hechos de mala gana, como un precio que se ha de pagar por la salvación, cuando en realidad son el florecimiento de relaciones sociales nuevas y también de sí mismos, porque hacer el bien hace sentirse bien.
Ermes Ronchi: Las preguntas escuetas del Evangelio
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