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Lectura espiritual
Hay que adquirir un reflejo de recurrir a Dios, y hacerlo constantemente. Se trata de la fuerza de la petición, de la cualidad del amor de la súplica. Entonces ponemos en juego estas tres dimensiones del cristiano: la fe, la esperanza y la caridad. Hay que ejercitar poco a poco nuestra triple relación con Dios recurriendo a Él.
Al principio son débiles, después se hacen cada vez más fuertes como pasa con todo lo que es vivido y ejercitado. Esto supones unas peticiones fuertes, unos requerimientos a Dios que sean obstinados, que sean asaltos de amor. No nos debemos inquietar por la debilidad de nuestros primeros requerimientos, y le hemos de decir a Dios: “Creo, Señor, que en estos momentos puedes darme fuerza para esto, porque me amas”.
Pero siempre permanecemos pequeños. No obstante nos encaminamos a vivir la relación más extraordinaria con Dios y también la más auténtica: pedirle lo imposible, es decir, la posibilidad de avanzar por donde el camino está humanamente bloqueado.
De aquí viene esta aparente paradoja: ve a Dios con las manos vacías; todo dependerá de la fuerza de tu súplica. “Todo aquello que pediréis al Padre… creed que ya lo habéis obtenido por la fe”. He aquí el camino de la santidad: “La santidad no se encuentra en tal o cual práctica, sino en una disposición del corazón que nos hace conscientes de nuestra flaqueza y confiados hasta la audacia en la bondad del Padre (santa Teresa de Lisieux). Es una simple disposición del corazón a recibirlo todo de Dios sin que nunca poseamos ni virtud ni fuerza.
Bien simple y nada simple. La doble dificultad está en vernos muy débiles hasta el término de nuestra vida. Y segundo, a tener una confianza audaz en Dios. Y no son los razonamientos que nos darán estas dos cosas. Hay que probarlo: “¡Hay que hacerlo!”. No os quejéis de no conseguirlo si solo os contentáis de escuchar estas palabras, pero no hacéis nada; si así fuera no tenéis ningún derecho a lamentaros.
¿Cómo se puede vivir en la práctica esta actitud? Mediante el filtro de los pensamientos a través del recuerdo asiduo del Señor Jesús. Santa Teresa de Lisieux hablará del movimiento de abandono. Se trata siempre de la misma actitud.
Hay en nosotros una multitud de deseos, de impresiones interiores y de acontecimientos exteriores que nos hunden en un remolino. No obstante somos bautizados, el Espíritu Santo habita en nosotros y Cristo vive en nuestros corazones por la fe.
Entonces volvamos a abrir el recuerdo siempre fresco de la fuente donde nacimos y volvamos a sumergir nuestros deseos y nuestras impresiones para que todo nuestro ser se impregne de la vida del Espíritu. Despleguemos el recuerdo vivo del Señor Jesús en el interior mismo de estos pensamientos para que él los purifique.
Jean Lafrange: La oración del corazón