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Lectura espiritual
LECTURA ESPIRITUAL
Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? (Jn 20,15)
Tras el silencio del gran sábado, las primeras palabras del Resucitado en el jardín de Pascua son de una ternura extraordinaria: háblame de tus lágrimas, es lo que más me importa, me importa tu corazón tembloroso. Por esas lágrimas ha venido.
El mundo es un llanto infinito. Pero es también un parto infinito: un único y gran misterio pascual.
“Mujer, ¿a quién buscas?”. Somos criaturas de deseo y de búsqueda. A Magdalena le falta algo, la ausencia del amado le pone en camino, le hace falta salir de casa mientras aún es de noche en el cielo y en el corazón.
Aquella mañana, tras correr en busca de Pedro, había vuelto y ahora su carrera se detiene; la búsqueda de Dios se convierte en espera de Dios. Los bienes más importantes no deben buscarse sino esperarse.
Una de las formas nuevas para expresar la fe hoy es la “espera” y la “escucha”. Quizás debamos aprender todos a detenernos, a escuchar y tratar de sentir también nosotros, como dice el poeta húngaro Endre Ady “el olor de Dios”. Está muy cerca.
“Mujer, ¿por qué lloras?”. María llora por el más grande de los motivos: llora por amor. Llora el que ama. Llora mucho el que ama mucho.
Las lágrimas de Magdalena son el tesoro del Resucitado. Él las registra una por una en sus archivos eternos como declaraciones de amor.
Jesús, el hombre de los encuentros, reinicia los encuentros con un estilo inconfundible: su primera mirada no se posa nunca sobre el pecado de una persona, sino siempre sobre el sufrimiento y las necesidades de la misma.
Jesús siente dolor por el dolor de la mujer, y se ocupa de él. Siente pasión por la actuación de sus pequeños, por esta urgencia de lágrimas que enjugar: la suma del dolor del mundo llaga su corazón.
En la última hora del viernes, en la cruz, se había ocupado del dolor y de la angustia de un delincuente; en la primera hora de la Pascua se ocupa del dolor y del amor de María. Tiembla con el corazón tembloroso de su amiga, olvidándose de sí. Es el estilo típico, único, de Jesús. Es realmente él, no te puedes equivocar.
Lo primero que ven los ojos nuevos del Resucitado es la más antigua cara de la historia, un rostro lloroso. El mundo es todavía un inmenso llanto; lo vemos entorno a nosotros y dentro de nosotros; pero el mundo es también un inmenso parto, donde Dios preside cada nacimiento y renacimiento.
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