DIUMENGE I de QUARESMA / A / 2023

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Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.

 

Lectura Espiritual

EL BUEN SAMARITANO  (Lc 10,30-37)
El otro eres tu

El buen samaritano es, en esencia, un buen contemplativo. La primera virtud del buen samaritano es su capacidad de ver al malherido. Ver lo que hay es el primer paso sin el que no podría darse ningún otro paso más. Casi todos creemos, no sin ingenuidad, que vemos la realidad. Pensamos que la vida es, a fin de cuentas, el vestíbulo en el que nos hemos instalado, ignorantes de que tras esa antesala hay todo un castillo por descubrir.

Pero ¿por qué no vemos lo que pasa? Porque sólo nos vemos a nosotros mismos. Y ¿por qué nos vemos sólo a nosotros mismos? Porque vivimos bajo una fuerte presión de rendimiento. Nos han enseñado que somos y valemos en la medida en que producimos y poseemos. Producir y poseer nos tiene tan ocupados que no vemos lo que hay a nuestro alrededor.

El propósito de la práctica meditativa, de la contemplación es la purificación de los ojos, los oídos y el corazón para ver, oír y sentir el clamor de lo real. Si la meditación silenciosa no nos ayuda a ver el mundo es que no es verdadera meditación. Cuidar el alma no te saca del mundo, te introduce en él.  ¿Realmente ves lo que hay a tu alrededor?, ésa es la gran pregunta. Si a tu alrededor no hay enfermos, marginados, emigrantes, deprimidos…, no es que no los haya, sino que no los ves. Si no te entregas a lo que hay -sea lo que sea-, no podrás verlo. La visión viene de la entrega, puesto que entregarse es meterse dentro de lo que hay. La ejemplaridad del samaritano se cifra en que tenía el corazón en su sitio y que, por eso, vio y se conmovió.

La segunda virtud del buen samaritano fue darse cuenta de que el malherido no era otro, sino él mismo. Si una madre ve a un hijo agonizante y corre en su ayuda, a nadie en su sano juicio se le ocurrirá decir que se trata de una madre virtuosa, solidaria o altruista. Se comporta de este modo porque quien está pasándolo mal es su hijo, su familia, porque es algo suyo y, en definitiva, ella misma. Si, por el contrario, el agonizante es un desconocido y ella no corre a socorrerlo, no es porque sea necesariamente una mujer perversa o inmoral, sino porque no se ha dado cuenta de que ese individuo es su familia, su padre, su hermano, su hijo…, ella misma. El problema fundamental nunca es de carácter moral, sino de ignorancia: Nos hemos separado tanto unos de otros que hemos perdido el sentimiento y hasta el concepto de humanidad. La meditación silenciosa, la contemplación conduce a la unidad con el otro, consigo mismo y con el misterio de Dios.

La tercera virtud del samaritano es que trata al malherido como le habría gustado que le trataran a él. Lo hace por compasión, es decir, por la comprensión de cómo el sufrimiento ajeno es, o podría ser, el propio. Quien es compasivo no se queda en lo afectivo, pasa a lo efectivo. Ser compasivo significa ver con los ojos del corazón. No juzga. Ve a una persona, eso es todo. Podría ser cualquiera, yo mismo.

Este samaritano, como el levita y el sacerdote estaban sometidos a una presión de rendimiento. Pero él fue capaz de dejar su presión a un lado y de atender al presente. (Es también lo que hacemos hoy, aquí).

La cuarta virtud del buen samaritano es que no se limita a curarlo, sino que comparte su preocupación y extiende la compasión. Siembra en otros la misión de ayudar.

La quinta virtud es que, dejado el malherido al cuidado de otros, vuelve a su camino. El arte de la vida es el de una fidelidad fundamental en medio de infidelidades circunstanciales. Son como carreteras secundarias, que nos retrasan y que en apariencia nos alejan de nuestra meta pero que, paradójicamente nos acercan más a ella. Cualquier camino está lleno de necesitados. La sabiduría del camino podría resumirse en la sabiduría del desvío y del retorno: saber alejarse y saber volver. Lo principal es mantener los ojos bien abiertos, ajenos al egocentrismo, las preocupaciones y la idolatría del proyecto personal.

Pablo d’Ors, Biografía de la luz