Lectura espiritual
¿Cómo será esto? (Lc 1,34)
Santa María, mujer hogareña, / tú que dentro de la casa de Nazaret, / entre ollas y telares, entre lágrimas y oraciones, / entre ovillos de lana y rollos de la Escritura, / experimentaste, en todo el esplendor de tu feminidad, / alegrías sin malicia, / amarguras sin desesperación, / partidas sin vuelta, / sigue caminando con nosotros, / oh criatura extraordinaria, / enamorada de la normalidad, / que antes de ser coronada reina del cielo, / has respirado el polvo de nuestra tierra, / ayúdanos a salvar lo cotidiano. (Tonino Bello)
A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una joven virgen, prometida de un hombre descendiente de David, llamado José. La virgen se llamaba María. Entró donde ella estaba, y le dijo: “Alégrate, llena de gracia; el Señor está contigo”.
Ante estas palabras, María se turbó y se preguntaba qué significaba el saludo. El ángel le dijo: “No tengas miedo, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás y darás a luz a un hijo, al que pondrás por nombre Jesús. Será grande y se llamará Hijo del Altísimo; el Señor le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”.
María dijo al ángel: “¿Cómo será esto, pues no tengo relaciones?”. El ángel le contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño que nazca será santo y se llamará Hijo de Dios. Mira, tu parienta Isabel ha concebido también un hijo en su ancianidad, y la que se llamaba estéril está ya de seis meses, porque no hay nada imposible para Dios”. María dijo: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Y el ángel la dejó”. (Lc 1,26-38).
“Virgen, doncella joven / madre, si tú no vuelves a aparecer también Dios se entristecerá” (David Turoldo).
Si tú no vuelves a aparecer… pero no en las apariciones de uno u otro lugar, no a nuestros ojos ávidos de visiones, sino al corazón de la fe; si tú no reapareces en los gestos, en los pensamientos, en la vida de los fieles, viva, presente, luminosa y serena, cambiándonos el modo de creer y de vivr, todo el cristianismo se sentirá más triste.
Nos faltará la danza del Magnificat, un Dios que nos asegura -desde la primera palabra de la anunciación- que la vida es y no puede ser más que una búsqueda de felicidad. Ese Dios a quien le encanta la fiesta de sus hijos y transforma el agua no simplemente en vino sino en el mejor, en el más inesperado y abundante de los vinos.
Para que santa María vuelva a aparecer también en nuestras vidas, icono esplendoroso de nuestro futuro, imagen conductora de nuestro camino, debemos adentrarnos en el evangelio, habitarlo como ella, paradigma de lo que sucede en cada hombre y mujer que creen en la verdad.
Ermes Ronchi: Las preguntas escuetas del Evangelio
|
Per publicar un comentari heu de iniciar sessió.