Assumpció de Maria / B / 2021

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Lectura espiritual

21. EL REINO
El mundo sólo cambia si cambias tú

El Reino de Dios está cerca, CONVERTÍOS Y CREED EN LA BUENA NUEVA. (Mc 1,15)

Todo buscador espiritual tiene dentro una palabra que le moviliza y da sentido, una palabra que pide ser gestada y alumbrada para el mundo. Para Jesús de Nazaret, esta palabra fue Reino. Reino de Dios apuntando al Espíritu como fundamento de todo. A esta expresión añadía a menudo y su justicia, indicando que la fe religiosa va íntimamente vinculada a una praxis de convivencia humana de respeto y promoción de la persona. No sólo Dios basta: para Jesús también era necesario que los hombres vivieran en paz y armonía. La fe que no se traduce en amor es sólo ideología.

Para ello, había que cambiar de vida. Convertíos y creed. Convertirse y creer fueron para él dos llamadas para poner en movimiento cuerpo y mente, y de este modo despertar el alma: una exhortación al cambio y otra a la confianza.

El orden de esta propuesta no es irrelevante: es la conversión o cambio vital lo que permite al ser humano ver la bondad y belleza de este mundo (y esto es tener fe en la buena noticia). Lo primero, por tanto, es cambiar. Solemos pensar que cambiaríamos si confiáramos, pero es exactamente el contrario: confiamos cuando empezamos a cambiar. Casi siempre estamos esperando a que suceda algo que, por fin, nos haga movernos de donde nos encontramos. No te preguntes qué puede darte la vida -podría haber dicho Jesús-, sino que le puedes dar tú a ella.

Cambiar es morir a lo de antes y renacer a algo nuevo. Cambiar es reinventarse, recrearse, trabajar en uno mismo hasta dar con una fórmula que se ajuste más a quienes somos.

Tres son, en sustancia, nuestras posibilidades existenciales: la di-versión, la per-versión y la con-versión. Divertirse supone desoír la voz interior y vivir hacia fuera, buscando estímulos externos.

Pervertirse supone acallar la propia conciencia y vivir contra uno mismo, cultivando un germen de autodestrucción.

Convertirse implica el doble movimiento de vivir hacia dentro y hacia los demás, ahondando en la propia riqueza interior y compartiéndola. Sosteniéndonos y ayudando a sostener a los otros. Convertirse no es pasar de lo malo a lo bueno, sino de una situación determinada a otra mejor. Esto es importante: aquí no se trata de una cuestión moral, sino de una dinámica de crecimiento.

Jesús no empezó a predicar en Galilea por casualidad; quiso llegar a mucha gente: a los de dentro y a los de fuera, a los religiosos y a los no religiosos. No comienza poniéndose límites, sino abriendo al máximo el radio de su influencia. Eso es tener fe, eso es creer en la posibilidad real del cambio.

Con este propósito, recorría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva y curando toda enfermedad y toda dolencia del pueblo (Mt 4,23). Jesús fue algo así como un peregrino, un curandero y un predicador. Una suerte de médico y orador itinerante. Sabía donde quería ir y por qué, obedecía un mandato interior. Jesús caminó, predicó y curó con una intención determinada. Caminar: los ojos que miran el horizonte y los pies que conducen hasta él. Predicar: la boca, las palabras. Curar: las manos, las obras. Pero todo ello precedido del convertíos y creed: la confianza en que todo empieza en un cambio personal. El mundo sólo cambia si cambias tú.

(Inspirado en el libro: Biografía de la luz, de Pablo d’Ors)