Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.
Lectura Espiritual
Como los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando, vinieron unos y le preguntaron a Jesús: «Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?».
Jesús les contesta: «¿Es que pueden ayunar los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Mientras el esposo está con ellos, no pueden ayunar. Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán en aquel día.
Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto —lo nuevo de lo viejo— y deja un roto peor. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos».
¿Qué dice? ¿Qué me dice?, ¿Qué le digo?
Las lecturas hablan de un pacto de amor de Israel con Dios y del bautizado con Cristo: el género literario usado por la Biblia es, evidentemente, “matrimonial”. Se trata de una alianza que no tiene lugar por “yuxtaposición” o por “acercamiento”, como las hojas de un libro, sino mediante una “inserción” recíproca y viva en el círculo de la vida trinitaria, que se lleva a cabo mediante la fe-esperanza-caridad, que permiten una participación verdadera en la naturaleza de Dios y “arraigar” en el misterio de la Trinidad.
Esta participación es vertida de una manera eficaz por las teologías de Pablo y de Juan con las vívidas imágenes del óleo y de la unción, del agua y de la luz, de la incisión y del sello que marca. Esta marca es suave y profunda. Dice Pablo: “El que os ha ungido, el que os ha marcado y ha imprimido en vosotros su sello y os ha dado de beber hasta saciaros…”. Estos términos bíblicos, que -como sabemos- producen lo que significan, porque están “informados” por el Espíritu, conducen lógicamente al creyente a sentir-tocar-gustar la presencia de la Trinidad, que, justamente, es cantada por la liturgia como “dulce huésped de las almas” y “dulcísimo refrigerio”.
En virtud de estas realísimas realidades, el bautizado pertenece de un modo más verdadero y más profundo a Cristo que a sus padres según la carne; hasta el punto que Ezequiel, en el célebre “canto de la expósita”, dice: “Yo pasé junto a ti y te vi; estabas ya en la edad del amor; extendí mi manto sobre ti y cubrí tu desnudez; me uní a ti con juramento, hice alianza contigo, oráculo del Señor, y fuiste mía”. Y Pablo, el gran teólogo del bautismo, exclamará, con un cierto nerviosismo: “Ya no os pertenecéis”. Hasta el punto de que todo afecto-pensamiento-acción no “referible” a Cristo, desde el bautismo en adelante, saben a divorcio-adulterio-traición.
Jaculatoria que nos puede acompañar estos días: Te desposaré conmigo para siempre (os 2,21)
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