Transfiguració del Senyor / A / 2023

Llegir la Paraula de Déu

Llegir el Full Dominical

 

 

 

 

Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.

 

 

Lectura Espiritual

EL LÁTIGO
Una poética del espacio (Jn 2,13-17)

Te quedas quieto, guardas silencio, escuchas lo que tienes dentro y te das cuenta de que todo es allí ruido y banalidad. ¿Cómo no enfadarte? El espacio de lo hermoso y lo genuino está profanado por la zafiedad y el griterío.    

Algo similar tuvo que sucederle a Jesús cuando entró en el templo de Jerusalén, su casa. Él no ignoraba, desde luego, que los comerciantes y mercachifles habían hecho de aquel lugar sagrado un tenderete para sus negocios y trapicheos. Una cosa es saberlo y otra verlo con sus propios ojos.

Jesús se enciende. Es la primera vez en el evangelio que lo vemos encolerizado y rabioso. Todo el mundo se queda estupefacto. Nadie intenta sujetarle o disuadirle. Se dan cuenta de que ese pronto, en un hombre manso y sabio como él, sólo puede ser fruto de la ira de Dios.

¿Y esta salida de tono? Pero ¡si tú eres el Cristo! ¡Tú no puedes permitirte estos prontos, este tipo de desahogos! Debes controlarte; me has decepcionado; no te ajustas al patrón de mesías y salvador. Este episodio sucede al final de la vida de Jesús, cerca ya de su pasión: cuando parece bastante claro que el poder de este mundo y el del espíritu están netamente enfrentados y que no hay entre ellos una posible conciliación.

El templo es sólo un símbolo; pero, cuando caen los símbolos, caen también, con ellos, lo que representan. La casa de oración ha dejado de ser casa de oración. Israel ya no es el verdadero Israel. Debe venir alguien que lo reinstaure. Alguien que devuelva a las palabras su significado y que diga bien claro que un templo es un templo, que una ofrenda es una ofrenda, que un sacerdote es un sacerdote, y que Dios es Dios, y no un sucedáneo.

Con su rotunda actitud, Jesús reclama para todo buscador espiritual un lugar cuidado, donde lo externo sea reflejo de lo interno. Un ámbito para el culto, es decir, para la cultura, para el cultivo de sí. Un sitio para ser, que invite a mirar hacia dentro y hacia arriba. Un templo es un lugar para educarse en el misterio. Se entra en él en respetuoso silencio. Se hacen allí reverencias, genuflexiones, postraciones… Para mostrar con el cuerpo que no pretendemos comprender ni dominar la realidad sino respetarla. Todo en él está en orden al respeto: al reconocimiento de que todo es más grande que nosotros, que formamos parte de ese todo, que no estamos por encima. El templo es un recordatorio de nuestro ser espacial.

¡No hagáis un mercado de la vida! ¡No introduzcáis en toda la lógica mercantil! ¡No te dejes guiar siempre por el utilitarismo o lo pragmático! ¡No pienses continuamente en el beneficio o en las ventajas! Si todo lo miras por lo que vas a sacar para ti, lo perviertes. Permite que las cosas sean más allá de tu interés. No hagas de la casa de la vida un mercado. Éste es el mensaje de esta acción simbólica de Jesús. Porque no todo se traduce en números. Hay que dejar que las cosas sean como son, sin manipularlas para que nos resulten ventajosas. La ley fundamental de todo camino espiritual es la aceptación de que la realidad no está ahí para ser comprendida y manipulada, sino para ser reconocida y agradecida. Esta perversión del orden natural es tal que Jesús hace un látigo de cuerdas y espanta a la chusma.

Nosotros nos dejamos escandalizar por ese látigo con que Jesús fustiga a lo vendedores. Esa firmeza suya frente al mal, esa determinación para expulsarlo sin contemplaciones es, sin duda, un fruto evidente de un espíritu bueno y recio. Nosotros -una generación blanda- no queremos saber nada de azotes ni de flagelaciones: hemos separado lo espiritual de lo carnal. Somos tan correctos con el maligno que acabamos por tolerarlo y dialogar con él, considerando que también el mal tiene, después de todo, sus derechos.

El templo es el espacio en el que entramos para ser conscientes de que somos templo. El templo es un lugar sagrado porque nos recuerda -debería hacerlo- que somos sagrados. El templo es un cuerpo de piedra que apunta al cuerpo de carne y huesos que es cada ser humano. Si entras en el templo, es para entrar en tu cuerpo, no para quedarte en lo externo.

El templo es también, nuestra conciencia. Si al entrar dentro de ti ves que está lleno de pájaros ¿no es sensato espantarlos de un manotazo? Sin ellos, tu consciencia te aparecerá medio vacía y oscura. Quizá los eches de menos. Pero, una vez que estés en ese santuario vacío y semioscuro, lejos ya de los pájaros, podrás encender una vela, y otra, y otra. Y podrás ir distinguiendo todo lo que hay ahí, y que has ignorado. Nadie podrá asegurarte que no entrará una ráfaga de viento que apagará todo lo que has ido encendiendo durante meses o años. Pero si perseveramos en esa penumbra, llega el día en que puedes ver sin necesidad de encender ninguna vela.

Pablo d’Ors, Biografía de la luz