Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.
YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA (Jn 14,2-6)
Consagrarse al conocimiento y al amor
Aunque a menudo nos presenta su cara más amarga, y hasta la negación más absoluta (la muerte), todos defendemos nuestra vida porque nos gusta. La vida es de verdad, la vida es la verdad, eso es incuestionable. Nos agarramos a ella, pero también hay veces en que nos alejamos tanto de la vida verdadera que hasta comenzamos a dudar de ella, llegando a preguntarnos si será verdaderamente tan buena, como de modo espontaneo pensábamos y sentíamos cuando éramos niños. Y es entonces cuando surge la necesidad de un camino que nos devuelva la perspectiva justa.
Todos buscamos la vida, aun bajo las formas más paradójicas y hasta contradictorias. Buscamos la vida incansablemente porque las ofertas de vida que nos hacen, tanto desde la sociedad del bienestar como desde la filosofía y la religión, a menudo no terminan de satisfacernos. Son un señuelo durante cierto tiempo, pero al final nos dejan desolados y vacíos. No ha nacido el hombre que no anhele un contacto directo y sencillo con la vida, con ese secreto de la vida que los creyentes llaman Dios. Para satisfacer el corazón humano ese contacto debe tener ambas características: directo y sencillo.
Las mediaciones son necesarias, pero su riesgo es quedarse en ellas en vez de ir a donde apuntan. La mediación afectiva, por ejemplo, pierde su carácter de mediación cuando degenera en dependencia y sentimentalismo. La mediación intelectual, otro ejemplo, se pervierte si pasa a ser ideología e intelectualismo. El rito deja de ser expresión y cauce de la experiencia cuando se convierte en ritualismo, como sucede tan a menudo. La pregunta es: ¿hay algún camino o mediación que nos lleve a la vida de forma directa y sencilla?
Yo soy el camino, la verdad y la vida, dijo Cristo. El se identificó tanto con el camino para ir a la fuente que pudo llegar a decir algo que hasta entonces nadie había dicho de sí mismo: Yo soy el camino, solamente por mí se llega al Padre. Y, también: ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo (Jn 17).
Claro que cuando habla de conocer a Jesucristo, el evangelista no se refiere a un conocimiento meramente teórico o intelectual, sino íntimo y vital. Es un conocer amoroso. Es un amar la verdad. Porque el cielo y la tierra podrán pasar -podrán pasar las costumbres, caer los imperios, destruirse enteras civilizaciones-, podrá pasar cualquier cosa, pero la verdad del amor y el amor a la verdad prevalecerán más allá de todo eso (Mt 24,35). En la mentalidad bíblica, no hay conocimiento sin amor ni amor sin conocimiento. Entre quien conoce y lo conocido sólo cabe, si hablamos de verdadero conocimiento, una relación de amor.
Me voy a la casa del Padre, dice Jesús. Lo sepamos o no, lo queramos o no, también nosotros caminamos hacia nuestra patria. Todavía más: todo lo que hacemos es -torpe o certeramente- una vuelta a esa casa paterna (a la que podemos llamar Dios, plenitud, felicidad…), sea cual sea el nombre que demos a lo que Jesús llamaba Padre, en el fondo de nuestro corazón deseamos orientarnos hacia Él, pues es de Él de donde provenimos. Nos hace bien saber que estamos volviendo a casa y que allí tenemos una morad preparada.
Sabemos el camino: el propio Jesucristo y tantos hombre y mujeres a lo largo de la historia lo han recorrido antes que nosotros. Es el camino de la consciencia. Es el camino de la obediencia (ob-audire, la escucha atenta). Es el camino de la pasión, que es el modo de decir amor y dolor en una sola palabra. Sólo por esa senda, la del amor que sufre por el amado y la del dolor que se transita amorosamente hasta redimirlo, se llega a la Patria.
Un camino es tanto un horizonte al que tender como la tierra que tenemos bajo nuestros pies. Los dos polos son necesarios e ineludibles para nuestro crecimiento vital: nos convertimos entonces en meros vagabundos, y dejamos de ser peregrinos. Perder cualquiera de ambos polos siempre resulta fatal: sin la tierra degeneramos en espiritualismo; sin el cielo en materialismo. Es fácil confundirse, por eso necesitamos de guías y maestros.
Estamos bien cuando estamos en un camino. Casi toda la vida nos pasamos buscando caminos, dibujando horizontes, ensayando posibilidades y soñando proyectos. Así hasta que llega el día en que nos damos cuenta de que es el camino quien nos buscaba a nosotros. El camino no había que inventarlo, sino simplemente descubrirlo. También llega el día -aunque un poco más tarde y no sin perseverar como peregrinos- que no es preciso hacer nada en especial. Que basta con ser lo que somos. Que caminar es vivir. Y que la vida nos ofrece lo necesario para entrar en esa patria que Jesús llamaba Padre.
Pablo d’Ors, Biografía de la luz
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