Lectura Espiritual
¿Se requiere un “tema”?
La oración es, ante todo, la apertura del corazón a Dios en el ejercicio de la fe, la esperanza y el amor. De modo que, al final, todo concluye en amar. Lo que más os despertare a amar, eso haced, recomendaba Teresa a sus hijas como tema fundamental de su oración.
Pero… ¿resulta preciso acercarnos a la oración teniendo en consideración algún o algunos temas a tratar? Nos servirá la analogía del amor humano. Quizá al principio, cuando dos personas están en la fase del conocimiento inicial, deberán conversar de múltiples temas para intentar una paulatina introducción en sus mundos mutuos. Pero cuando esas dos personas se aman con amor profundo y probado, en general no tienen problemas para saber cómo llenar el tiempo que pasan juntos. Así con Dios. A medida que avanzamos en nuestra familiaridad con Él, en habituarnos a su Presencia, lo de menos es el tema. Lo importante es, precisamente, la Presencia, con la seguridad de sabernos amados y de amarlo. Llenarnos de Él, porque Él se complace en nuestro corazón abierto, ya que previamente nos ha abierto el Suyo. Ya solo amar es mi ejercicio, escribió san Juan de la Cruz. Entonces, concluye el místico, ese amor tiene más valor y es de más provecho a la Iglesia que todas las obras exteriores juntas.
No obstante, siempre será preciso un cierto apoyo para la oración, sobre todo cuando pensamos que nuestra cabeza y nuestra atención no nos permitirán en esos ratos demasiada lucidez. (Nuestro libro esencial es “La Biblia”, especialmente el Nuevo Testamento, y nuestro libro de oración es la “Liturgia de las Horas”).
Las expresiones corporales y la oración de los sentidos
Hay un lenguaje del cuerpo que tiene su reglamentación en la celebración litúrgica -arrodillarse, permanecer de pie, sentarse, santiguarse, darse golpes de pecho, etcétera-, y que conviene tener en cuenta cuando se trata de la oración personal. Porque la oración no es tan solo un ejercicio intelectual, sino que involucra a la persona entera. Y determinadas expresiones corporales vienen a reforzar los sentimientos interiores e invisibles. Cuando el espíritu se expresa por medio del cuerpo, se potencia.
Hace unas décadas, muchos jóvenes occidentales, decepcionados y vacíos por la cultura materialista, volvían sus ojos al Oriente: yoga, kárate, karmas, meditación trascendental y demás prácticas. Esta admiración por aquellas culturas venía a señalar la insuficiencia del racionalismo pragmático. ¿Qué les aportaba? La unidad de conciencia y gestos, la indisolubilidad del actuar humano, la singularidad de la persona, [suprimir] todo dualismo, toda esquizofrenia de separación, la unidad entre conciencia y ser. “El hombre es realmente él mismo cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima” (Benedicto XVI, Deus Caritas est n. 8.)
Pero el entusiasmo por Oriente apenas nos libera de nuestros males occidentales. En efecto, tanto el yoga como otras prácticas asiáticas se llevan a cabo en un contexto completamente distinto, en el marco de aquellas religiones y tradiciones de las que nosotros, en Occidente, nos hallamos muy alejados y de las que, a nivel individual (Y también a nivel de grupo) apenas podemos apropiarnos. Pero, ¿por qué no nos orientamos hacia nuestra propia tradición cristiana? ¿Por qué hemos olvidado que tampoco en el cristianismo se admite el dualismo entre alma y cuerpo, y que la santidad es justamente la inseparabilidad y la integridad del ser humano? Son precisamente los santos quienes, con sus gestos, acciones, palabras, miradas, sonrisas, manifiestan la paz interior, el amor del corazón, la unificación de su existencia en una única dirección.
Ricardo Sada; Consejos para la oración mental
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