Diumenge II de Quaresma / A / 2020

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Lectura Espiritual

Benedicto XVI, en su primera encíclica, invita a tratar a Dios cuidando no separar el ágape de eros. Pero ¿Cuál será el secreto para amar a Dios con las características del amor pasional, del amor sensible, del amor de eros? ¿Cómo dedicarle el impulso de todas las fibras de nuestro ser? La respuesta es la de siempre: la persona misma de Jesús, particularmente su Corazón sacratísimo, sede de su vida afectiva.

En Jesús se da también el amor sensible y de manera máximamente perfecta, como perfecto hombre que es. Él nos ama con todo su ser; cuerpo y alma, sentidos y potencias, y eso ha querido manifestar con su Corazón abierto. Y ese mismo modo de amor lo espera de nosotros. la  clave será, pues, lograr sintonía de corazón a Corazón, sintiendo lo que siente. Así lo aman los santos, así lo ama María.

Michel Esparza explica bien los riesgos de relegar el eros de la vida espiritual. Vale la pena atender su explicación:

“¿Cómo amarán al Señor los que desconocen los padecimientos de su Corazón, y en la práctica piensan que nada le pueden aportar?… Es una lástima que tantos cristianos desconozcan esa realidad, más aún si consideramos que las consecuencias prácticas que de ello se derivan no son banales.

¿No será esa la razón por la que tantos católicos practicantes no viven en unión amorosa con Cristo? Se limitan a cumplir rutinariamente sus obligaciones religiosas pero no adquieren una profunda vida interior… Quizá se sorprenderían si les preguntáramos: ‘¿Piensas que Jesús te echa en falta si no lo acompañas un rato junto al Sagrario?’

La falta de sintonía afectiva con Cristo resulta todavía más penosa si afecta a quienes se han comprometido a vivir el celibato apostólico. Si el amor al Señor no inspira su empeño les queda la posibilidad de sacrificarse por amor a un ideal, por ejemplo, sacar adelante una labor asistencial o apostólica. Pero no es lo mismo amar a una persona que a un ideal. En eso, como en todo, la naturaleza no perdona.

Si el amor a Cristo no alienta el esfuerzo de los que lo dieron todo, es probable que su entrega se desvirtúe… con el paso del tiempo aparecen ataduras humanas que ponen en peligro la fidelidad. Y entre los que logran perseverar en su compromiso, unos, los más tibios, lo consiguen entregándose menos; otros se afanan mucho, pero a menudo los asfixia ese voluntarismo que hunde sus raíces en el orgullo. En cualquier caso, no son muy felices.

El objeto primero de nuestro eros, de nuestros deseos, de nuestra pasión, debe ser Jesús, su Corazón ardiente. Estamos invitados a amar a nuestro prójimo… pero ¡ese primer prójimo es Jesucristo! Dijimos que Él nos ama también con un amor sensible, y quizá la mejor comprobación de su amor de eros sea el signo eucarístico: Toma, cómeme, muérdeme, trágame, acompáñame, pierde tu tiempo conmigo… «no podría amar a alguien que no pudiera estrechar entre mis brazos», dijo Fulton Sheen refiriéndose al Dios encarnado.

Ricardo Sada; Consejos para la oración mental