Nostre Senyor Jesucrist, Rei de tot el món / B / 2021

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Lectura espiritual

EL PADRE. Todo es uno y ese uno es amor

Padre nuestro que estás en los cielos, SANTIFICADO SER TU NOMBRE; VENGA TU REINO; HÁGASE TU VOLUNTAD así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánoslo hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, más líbranos del mal. (Mt 6,9-13)

 La oración silenciosa no siempre es fácil y, con frecuencia, para alimentar la intimidad con lo trascendente necesitamos del soporte de algunas palabras e imágenes. En este sentido, la plegaria comunitaria y oficial puede apoyar y acompañar la más íntima o personal.

Cuando es preguntado a este respecto, el propio Jesús enseña a sus discípulos el modo más apropiado para dirigirse a Dios. El Padrenuestro ha sido tan reverenciado a lo largo de la historia que, en la liturgia, suele venir precedido por la expresión “nos atrevemos a decir”. Esto revela hasta qué punto ha sido la Iglesia consciente de la familiaridad que Jesús propone para el trato con Dios y, consiguientemente, de la osadía que supone recitar esta plegaria.

Cuando oréis -comienza diciendo Jesús (es decir, cuando queráis contactar con lo más íntimo de vosotros mismos)-, decid Padre. Éste es el orden correcto para comenzar un itinerario místico, Él tiene la prioridad. Claro que decir que Dios es Padre es, evidentemente, una metáfora: la imagen que utiliza Jesús para iluminar la invisibilidad de Dios. Decir Padre es tanto como apuntar a una fuente o a un manantial del que brota todo. Decir Padre es creer que tener confianza es algo sensato, no un mero deseo de bien o un loable acto de voluntad. En lo que se confía al orar y al llamar a dios así es en que el universo no es neutro -ni mucho menos adverso- a nuestro destino, sino que está decididamente a nuestro favor. El creyente que tiene esta experiencia la formula diciendo que Dios le cuida. Que no es un dios vengativo o justiciero, sino más bien materno, atento y acogedor. Lo cierto es que es muy diferente vivir creyendo que en el origen está el amor o que no hay nada.

Un hijo es aquel que se sabe engendrado y cuidado por unos padres. De forma análoga, la persona contemplativa sabe (lo constata cuando contempla) que el fundamento de su ser no está en sí mismo, sino en algo más grande que él mismo: el Ser, con mayúscula (que la tradición cristiana llama Padre). Sentirse cuidado por el universo (no dejado de la mano de Dios), conduce necesariamente a la humildad: el principio de todo no eres tú, hay Algo-Alguien que te precede y sostiene. La humildad es, pues, el punto de partida de la oración. Al tomar conciencia del desajuste entre nuestro modo de vivir y lo que de hecho somos, se conjuran humildemente todas las fuerzas para salir de esa paradoja; y es así como comienza una biografía de la luz. Amar es la dinámica entre el dar y el recibir, pero el recibir tiene la prioridad: primero se recibe el amor (de Dios, de la vida, del universo -que nos crea y nos cuida-) y sólo luego podemos devolverlo, posibilitando su circulación.

Por eso no es casual que de las siete peticiones que contiene el Padrenuestro, las tres primeras se dirijan a Dios, y sólo después se orienten las cuatro últimas a nosotros, siempre atribulados y necesitados de ayuda. Ser Dios significa precisamente que la primacía le corresponde a Él, que Él es el soberano (si bien esa preeminencia y soberanía no es, ciertamente, como la entiende el mundo). De modo que lo primero es el Reino y su justicia -así lo decía Jesús-, lo demás viene (más tarde y) por añadidura (Mt 6,33). Sin Él nada es bueno, nada es. Este es el abc del monoteísmo: la confianza en que todo es uno y en que ese uno es amor.

(Inspirado en el libro: Biografía de la luz, de Pablo d’Ors)