Domingo XXXII tiempo ordinario / B / 2018

 

 

Palabra de Dios

 

Leer la Hoja Dominical

 

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Lectura espiritual

En la Eucaristía nuestra vida cotidiana e histórica reencuentra su vocación original que es la de ser una alabanza de gloria a la Trinidad.

A la epíclesis de comunión, suplicamos al Espíritu por todos los que participarán de este pan y beberán de este cáliz y le pedimos: “que reunidos en un solo cuerpo por el Espíritu Santo, sean en Cristo una víctima viva de alabanza de tu gloria” (Plegaria eucarística IV). Y así en la Eucaristía entramos en la divina humanidad o, retomando una expresión que abre y cierra el evangelio de san Lucas, en la “gran alegría”.

La Eucaristía es el lugar de un Pentecostés porque el Cuerpo de Cristo es un cuerpo encendido de las energías del Espíritu. Cuando el sacerdote dice la gran epíclesis eucarística de la consagración: “Envía tu Espíritu sobre nosotros y sobre los dones que te presentamos”, entramos en el Cuerpo de Cristo comulgamos con los dones convertidos en el Cuerpo y en la Sangre del Resucitado. En un Pentecostés que continúa y nos engloba.

El problema es que uno no puede celebrar la Eucaristía continuamente. En Occidente, a fuerza de reproducir el signo corremos el riesgo de degradarlo. Por eso hay que poner el acento en la interiorización de la Eucaristía.

Hay una Cena totalmente espiritual que el Señor hace en la cámara alta de nuestra alma y nos une a Cristo como la esposa al esposo: “Restad en mí y yo en vosotros”. En Oriente no se celebra cada día, pero se es muy sensible al fruto de la Eucaristía que ha de producir la unión y la identificación con Cristo. Así que se acaba esta unión en la vida, hay que retornar a la eucaristía sacramental.

Se habla de eucaristía perpetua, de eucaristía incesante. ¿Qué hay que hacer para que esta eucaristía se vuelva estable? En otras palabras, ¿qué hay que hacer para volverse hombres eucarísticos? Ved la gran definición de la vida espiritual que da san Pablo: “Dad gracias en toda ocasión” (1Te 5:18). Démonos cuenta de que esta recomendación viene justo después de la de orar sin parar (v. 17). De esta manera la oración continua es el fruto de un deseo de dar gracias en todo.

Eucaristía quiere decir acción de gracias. Es necesario llegar a ser aquel hombre que celebra, que da gracias y recibe cada instante de su vida en acción de gracias.

Jean Lafrange: La oración del corazón