Domingo XVII tiempo ordinario / B / 2018

 

 

Palabra de Dios

 

Leer la Hoja Dominical

 

 

Lectura espiritual

El hombre de oración es alguien que está despierto, reza de noche porque se sitúa en los confines del tiempo y de la eternidad para esperar el retorno de su amo.

Deja resonar en su corazón la petición que orquesta las palabras de Jesús sobre la oración continua: “Velad y orad”. “¿No podéis rezar un poco conmigo?”. Sin embargo, nosotros dormimos durante este tiempo, y, como los discípulos, nos sentimos amodorrados y no sabemos que decirle.

En la agonía, Jesús vive plenamente el misterio de la oración que enseña a sus discípulos, él que “pasó toda la noche orando a Dios” (Lc 6,12).

Él ora con ardor y perseverancia y con el rostro postrado en tierra; ora con fe porque sabe que al Padre todo le es posible; ora finalmente en el abandono: “Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres” Mc 14,36).

Isaac el Siríaco dice que cuando el Espíritu Santo establece su casa en el corazón del hombre, este ya no puede parar de orar… tanto si duerme como si está despierto, la oración no se separa de su alma.

I el peregrino ruso dirá: “Me acostumbré tanto a la oración del corazón, que la practicaba sin parar hasta el punto de sentir que se hacía ella misma sin ninguna actividad de mi parte; surgía en mi espíritu y en mi corazón, no solo cuando estaba despierto sino también cuando dormía”.

Sería conveniente seguir los consejos de los Padres que nos invitan a dormirnos rezando. Llega un momento en que el inconsciente está de tal manera saturado e impregnado de oración, que el sueño se convierte en un medio de comunicación con Dios: son esto los sueños.

Lo mismo se podría decir del final del sueño. No hay que esforzarse en estar despierto como en dormir demasiado. Quien quiere entrar seriamente en una auténtica vida de oración, descubre la importancia de levantarse y empezar con la oración.

Los grandes espirituales casi no duermen. El hombre que ha llegado al estado de la oración perpetua es un hombre que vive en lo real; ya no ha de soñar porque penetra las profundidades de la creación y de los corazones. En él es estado de sueño profundo se ha transformado en una unión consciente con Dios.

Los que se encaminan hacia la oración continua todavía han de dormir; si no, se separarían de Dios; pero han de dormir después de haber orado para que su sueño siga bañado de oración. Péguy dice que la vida es este sueño profundo en el que el hombre se abandona entre las manos de Dios: “En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”.

Hay, pues, un estrecho lazo entre el sueño y la oración, y es por eso que se ha de despertar, ya que vive incesantemente en el olvido de Dios.

El hombre olvida que existe, o más bien olvida que Dios está siempre presente en su vida para hacerle existir, y también olvida que el mundo y los otros existen por este influjo creador de Dios.

Perdida la memoria de su fuente, ha perdido la memoria de Dios. Hay que desvelarse ya que Cristo no para de llamar a la puerta de nuestro corazón. El tiempo en el que vivimos es un tiempo que Cristo puede rasgar, en cualquier momento, para venir.

Jean Lafrange: La oración del corazón