Domingo XIX tiempo ordinario / B / 2018

 

 

Palabra de Dios

 

Leer la Hoja Dominical

 

Lectura espiritual

La perseverancia en la oración no tiene como objetivo mostrarnos este rostro desde fuera sino excavar para que emerja de nuestras profundidades.

Kierkegaard ha dilucidado bien este misterio de la oración cuando dice: “La oración está bien fundada no cuando Dios escucha lo que le pedimos, sino cuando aquél que ora continua rezando hasta escuchar lo que Dios quiere. El que ora de verdad solo escucha”.

La oración surca nuestro corazón de piedra y hace brollar de él un “la bemol” que cautiva el corazón de Dios. Es la verdad de nuestro ser la que nos hace alcanzar la oración perseverante.

Es, pues, en el interior de este silencio que brolla nuestra oración, es un largo grito silencioso, un lamento, un quejido, que transforma todo nuestro ser en oración: “Sal de tu silencio, oh Dios, a quien doy alabanza… soy solo oración ante ti” (Ps 108: 1,4).

Ciertamente, el día que percibiremos,  la ternura del Rostro de Dios, ya no indagaremos nada más sobre la oración continua, ni sobre la manera de buscarla o encontrarla, sino que haremos todo lo que podremos para soportar, día tras día, tal peso de Gloria.

Así, si para nosotros todo depende de este rostro, necesitamos absolutamente que se manifieste a los ojos de nuestro corazón. No nos ha de dar miedo pedir esta gracia, porque nos es indispensable: “Muéstranos, Señor, tu rostro y nos salvaremos”.

Esto no nos viene como resultado de un esfuerzo sino porque place a Dios: “Así, pues, no depende del que quiere ni del que corre, sino de Dios que concede gracia” (Rm9: 16). Por tanto, hay que asumir la ternura de Dios o que nuestro corazón de piedra se transforme en corazón de carne.

I como nada puede obligarle, la única cosa que podemos hacer es decirle: “Reconozco que no me lo debes, que no soy digno, pero te lo pido por tu Nombre que es Misericordia”.

Para que esta oración bote sinceramente del corazón de una persona -ni que sea un sacerdote o una religiosa- a menudo son necesarios años, porque es una oración de niño.

Aquí entendemos porque Cristo nos ordena hacernos como niños (Mt 18: 1-4). Cuando un niño pide una cosa a sus padres, estos no cederán mientras él discute (al menos no tendrían que hacerlo); pero si lo pide amablemente, aceptando de decir “por favor”, no solo de labios sino de corazón, entonces no podrá resistirse. Dios se resiste porque nosotros discutimos.

El día que ya no discutamos más, lo obtendremos todo. Nos mostrará su Rostro y esto será posible porque empezaremos a amar ese Rostro.

Jean Lafrange: La oración del corazón