Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.
Lectura Espiritual
CARGAR CON LA CRUZ
La caída como principio dels ascenso.
Como Moisés EN EL DESIERTO LEVANTÓ LA SERPIENTE, así ha de ser levantado este Hombre, para que quien crea en él tenga vida eterna. (Jn 3,14-15)
La serpiente está simbólicamente asociada en el cristianismo a la tentación y al pecado. No cabe excluir que antes o después suframos alguna picadura, leve, grave o incluso mortal: la picadura del paro y la pobreza, la marginación social y la enfermedad, la injusticia…
Como todo mortal, también Jesús fue mordido por la serpiente. ¿Qué ocurrió para que la mordedura que padeció no fuera para él causa de caída, sino precisamente de elevación, y para que tengamos vida eterna quienes vivimos nuestras mordeduras bajo el signo de la suya?
Así como las vacunas funcionan inyectando en el organismo el virus de la enfermedad que pretenden prevenir, estimulando los anticuerpos, así la cruz de Cristo crea en sus seguidores los anticuerpos frente al poder destructivo del dolor. La cruz pierde su fuerza negativa cuando se la mira, ésta es la clave. Hay que mirar hacia arriba para sanar lo de abajo. Se trata de mirar el mal, de no huir de él. Pero mirarlo desde la perspectiva de Dios, no desde la comprensible rabia o desde el puro dolor.
La respuesta de Dios al dolor del mundo es la cruz de Jesús, donde se enseña a vivir las picaduras del destino con amor. De modo que Cristo es el antídoto contra el veneno de las serpientes de este mundo. El sufrimiento no se ahorra a nadie, por supuesto; pero se posibilita un proceso metabólico que en el cristianismo se designa con el término redención.
Lo que sana es el acto de mirar y ver. La cuestión está en que el mal no lo queremos ver. Pero hay que mirarlo -y mirarlo con amor- para poder sanar. Mirar la cruz de nuestros afectos: lo que nos hacen sufrir las personas que queremos y lo que les hacemos sufrir a ellas. Mirar la cruz de la pérdida de los afectos: ese dolor que nos queda cuando el ser amado se nos va o, más sencillamente, cuando se acaba una relación. Mirar la cruz de los vacíos de afectos: el desierto del corazón, el veneno de la soledad. Todo eso hay que mirarlo: el afecto, la pérdida, la nada… no podemos sanar de ninguna de estas mordeduras ni de cualesquiera otras si, sencillamente, le damos la espalda.
Pero ¿por qué no vemos ni oímos? Porque tenemos una mente atiborrada de ideas y pensamientos y un corazón obsesionado con emociones y sentimientos. La serpiente tiene que picarnos de cuando en cuando para que despertemos de nuestro sueño. Para que salgamos de nuestro encerramiento. Con la cruz, los cristianos proclaman que la muerte ha sido derrotada y apuntan el camino parar esa victoria. A decir verdad, no hay belleza sin drama. La verdadera belleza no es sólo simplemente algo que está (la Creación), sino el resultado de la alquimia del amor con el dolor (la Redención). La picadura deja de ser tan dolorosa cuando admitimos que tiene sus derechos y la dejamos estar.
Tal vez desde aquí quepa entender la expresión de Jesús: He vencido al mundo. Entregada la vida, ¿qué más se puede perder? En este sentido, la muerte es el secreto de la vida -y la vida el secreto de la muerte-. Y el abrazo a nuestra fragilidad, nuestra salvación. Al mirar de frente a la muerte, ésta pierde su aguijón. Al mirar de frente a la vida, emerge la verdad. Y la verdad, aunque dolorosa, siempre es mejor que la ignorancia. Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. No hay iluminación que no pase por el reconocimiento de la propia fragilidad y nuestra reconciliación con ella (tras años peleando con la vana pretensión de ser fuertes y perfectos).
¡Bienvenida, hermana serpiente, bienvenida, hermana cruz! Hermana noche, hermano lobo, llegó a decir san Francisco. Mira lo que te aterroriza y el terror se disipará. La atención sana. No hay serpiente que no se desvanezca ante el poder de una mirada serena y amorosa.
Pablo d’Ors, Biografía de la luz