Domingo III del tiempo ordinario / C / 2019

Palabra de Dios

Leer la Hoja Dominical

 

 

Día de la Infancia Misionera

 

Lectura espiritual

Nuestra búsqueda de Dios se hace a través del dolor, de la angustia, de la esperanza y de toda la gama de nuestras alegrías y de nuestras penas.

No busquemos evadirnos de la tarea, ni huir de nuestras tensiones interiores. Evitemos lamentarnos y soñar otra cosa que no sea lo que nos toca vivir. Permanezcamos sumergidos en la cotidianeidad tal como es, porque es allí donde nos hacemos santos.

No es una manera de hacer más fácil la vida, (no es un manual de autoayuda), sino de ayudarnos a vivir noblemente las dificultades con unos medios más sencillos. Pero, ¿dónde se encuentra este secreto?

Mantén siempre dos polos. Dios Amor y las manos vacías del hombre. Cuanto más avanza el hombre, más se da cuenta que se encuentra lejos de Dios, el Inigualable. Está separado del amor de Dios por un abismo. Hay que levantar un puente sobre este abismo.

Sobre las dos riberas están puestos unos cimientos sólidos, se elevan dos pilastras. En nuestra ribera hay la humildad con la que el hombre finito y pobre acepta humildemente su imperfección y su impotencia. En la ribera del Dios infinito hay la misericordia en la que el hombre cree. Como en la humildad, también la fe en el amor misericordioso de Dios es una condición esencial de la esperanza.

Sobre estas pilastras se levanta el puente de la confianza amorosa y el hombre puede llegar hasta Dios. O más bien dicho, es Dios mismo quien se acacha sobre este puente, coge al hombre y lo lleva a la otra ribera. Es el puente de la esperanza o, todavía más, la dinámica de la confianza.

Se trata de no contar más consigo mismo, sino solo con Dios y con su amor. “Es la confianza, decía Teresa, y solo la confianza que nos ha de llevar al Amor”.

Esto resume todo su manuscrito, y es terrible. Ya que nosotros miramos de ir a Dios por la confianza, pero también por alguna cosa más, buscando algunos pequeños puntales, algunas señales, algunas garantías (nuestros esfuerzos, nuestras virtudes, el medio que nos rodea).

Y es propio de la confianza no buscar nada más, no ni apoyarse en nada que no sea el Amor y la Misericordia. Si se busca a Dios con la confianza y también con otra cosa, ya se deja de tener confianza y, de esta manera, se pierde todo. Ya veis que es una cosa grave, y tan grave, que hay que tener el coraje de mirar las cosas de frente hasta el final. Por tanto, hemos de apoyarnos solo en Dios, nuestra roca, nuestro puntal supremo.

De aquí viene la oración. Cuando se presenta un peligro o que las cosas se hacen difíciles, se recurre a Dios. Los santos aprendieron a orar por causa de la agitación y el desorden que representan un peligro real.

Si pudiéramos entender que en nuestra vida todo puede volverse ocasión de oración, sabríamos utilizar el tumulto y la tentación como trampolín hacia Dios. Todos los maestros espirituales lo afirman: con Dios nada es imposible. El hombre confía en él (Mc 9: 23).

“Hay una oración que nace de la desesperación y de la esperanza” (san Juan M. Vianney). Dios responde siempre a esta oración: “Quiero convertirme, quiero ser amable, puro; cada vez me descorazono más porque ya veo que no llegaré nunca; ¡ya empiezo a conocerme!”

No, la dificultad no está aquí. Lo que se necesita es conocer el amor eficaz de Dios. Y este amor no se experimenta en los  libros, sino recurriendo a él. Entonces lo que es demasiado difícil e imposible se convierte en realizable porque recurrimos a Dios.

Jean Lafrange: La oración del corazón