Diumenge XXX durant l’any / A / 2020

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Cuando oramos con Ella, nos es dado hacerlo en el mejor de los oratorios posibles: su Corazón Inmaculado. Aseguraba Grignon: “Ella es mi divino oratorio donde encuentro a Jesús siempre. Allí oro con gloria”.

Pero… ¿cómo orar desde el Corazón de María, como estar ahí para aprender de Ella, que meditaba todas esas cosas no tanto en su mente, cuanto en su Corazón?

Diremos para empezar que un corazón no se define en solitario, sino que es una realidad relacional. Se define por lo que ama, es decir, por qué o a quién se encuentra unido. Antonio Machado lo expresó con verso exacto: Poned atención / Un corazón solitario / no es un corazón. De modo que un corazón no es talen solitario; se explica tan solo en referencia a otro. ¿Cuánto ama, qué ama? Un cofre no vale tanto por lo que es, sino por lo que guarda. Cerrado permanece en su aislamiento, y en un grado extremo de aislamiento, un corazón aislado y hermético, estaría en el infierno.

María guardaba las palabras de Jesús en su Corazón, pero sobre todo lo guardaba a Él:

“Cristo es el Maestro por excelencia, el revelador y la revelación. No se trata solo de comprender las cosas que Él ha enseñado, sino de comprenderlo a Él. Pero en esto, ¿Qué maestra más experta que María? Si en el ámbito divino el Espíritu es el Maestro interior que nos lleva a la plena verdad de Cristo, entre las criaturas nadie mejor que Ella conoce a Cristo, nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio (san Juan Pablo II, Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, n. 14).

¿Aprenderemos las lecciones de su entraña maternal y dulcísima? María trataba a Jesús con sintonía de corazones, con corazón de carne, con corazón de madre. No lo trataba como un ser de otro planeta, ni como un mero personaje de la historia. Tampoco a distancia o con recelo. No era para Ella un desconocido: era carne de su carne y sangre de su sangre.

Tratar a Jesús con el Corazón de maría. ¿Cómo lograrlo? Sin duda con un corazón que incluya todos los adjetivos relacionados con el amor: la emoción, el embeleso, el estupor, el deseo, el ansia, el entusiasmo, la plenitud de donación… ¿sería esto compatible con una apática rutina? Podemos pensar, por ejemplo, en el primer momento luego de la Resurrección. O en el primer momento luego de los tres días perdido en el Templo. O en el momento inicial absoluto, el de la Encarnación, o el día de Navidad, cuando Ella lo tiene por vez primera entre sus brazos. Para ese día, del año dedicado al Rosario, san Juan Pablo II escribió una tarjeta de Navidad con la siguiente frase: Contemplare cum Maria Christi vultum. Tenemos ahí en resumen todo un programa para este modo de orar en el mejor oratorio posible.

Fue también san Juan Pablo quien dejó, para nuestra meditación, otras luminosas enseñanzas de la vía oracional mariana: “(La mirada de María es) capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná”; “…ir a la ‘escuela’ de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje”. Porque se trata, en definitiva de “…aprender de María a contemplar la belleza del Rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su Amor”.

Ricardo Sada
Consejos para la oración mental