Diumenge V de Quaresma / C / 2019

Paraula de Déu

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Lectura espiritual

En el campo del amor al prójimo, sentimos la importancia de la oración para pedir el amor (según la expresión de san Ignacio). Desde que se nos desvela una pena o un sentimiento de venganza o de celos, o cualquier especie de agresividad, hay que caer de rodillas y suplicar a Dios que la transforme en suavidad. Una oración así es siempre escuchada, sobre todo si se pide el don del Espíritu. Igualmente la oración incesante conseguirá transformar nuestro corazón por la ternura de Dios.

Por lo que hace al amor verdadero al prójimo, pienso en aquel texto tan hermoso de un “loco de Cristo” de principios de siglo: “Sin la oración, todas las virtudes son como árboles sin tierra; la oración es la tierra que permite que crezcan todas las virtudes. El cristiano, amigo mío, es un hombre de oración. Su padre, su madre, su esposa, sus hijos, su vida, todo esto, para él es Cristo. Cuando amará Cristo así, también amará forzosamente todas las criaturas de Dios. Los hombres creen que primeramente hay que amar a los hombres y a continuación amar a Dios. También yo lo he hecho así, pero esto no sirve de nada. En cambio, cuando, haciendo lo contrario, he empezado a amar a Dios, en este amor de Dios he encontrado a mi prójimo. Y en este amor de Dios, mis enemigos se han convertido en mis amigos, unas criaturas divinas”. En otro texto se nos dice: “Feliz el monje que considera todo hombre como a Dios después de Dios. Feliz el monje que mira como su propio bien el cumplimiento de la salvación de los demás y el progreso de todos. El monje es aquel que, separándose de todos, se convierte en amigo de todos”.

En otro texto encontramos: “Deja que te persigan; pero tú no persigas nunca. Deja que te ofendan; pero tú no ofendas nunca. Deja que te calumnien; pero tú no calumnies nunca. Alégrate con los que están alegres, llora con los que lloran: es la señal de la pureza. Comparte el dolor con los que se arrepienten. Sé el amigo de todos, pero permanece solo en tu espíritu”. No se trata de una soledad malsana, sino solo con Dios solo.

El único criterio que tenemos para conocer si nos encontramos en el camino de la oración total es el amor a los enemigos en el sentido evangélico. Una señal evidente de que el alma todavía no está purificada es que no tiene compasión de los pecados del otro, sino que pronuncia un juicio severo sobre estos pecados. En el fondo, hay que llegar a ser un hombre desarmado, que ya no tiene miedo, que avanza con las manos abiertas en la acogida y en el amor, porque lleva en él la certeza de la Resurrección. A los que llegan a esta profundidad de la oración se les abre el misterio de la historia y el misterio de cada corazón humano. Viviente, despierto, el hombre es capaz de vivir y expresar la ternura de Dios. Como dice Olivier Clément, las dos grandes palabras del Oriente cristiano son estas: desvelamiento y ternura. El hombre de oración es un hombre desvelado. Toma toda la fuerza de sus pasiones y la crucifica, pero Dios la resucita y aquella fuerza se convierte en ternura de suavidad fundamental en el sentido ontológico. La pujanza del Espíritu, fruto de la Pascua de Cristo, transforma el dinamismo del eros en ágape. Cosa que ha sido expresada muy bien en el icono de Vladimir: la Virgen de la ternura. Es la madre que lleva al hijo, y los dos se estrechan el uno al otro y los dos se miran. Sobre todo la Madre de Dios mira a aquel que tiene delante, aquel a quién venera y reza, con una ternura insondable e infinita. Fue ante este icono que Silvano, joven novicio, recibió el don de la oración continua.

Jean Lafrange: La oración del corazón