DIUMENGE III durant l’any / A / 2023

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Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.

Lectura Espiritual

EL FRACASO (Lc 4,23-24)
Sólo a la intemperie hacemos la experiencia del ser.

Seguro que me diréis aquel refrán: Médico, cúrate a ti mismo. Lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaún, hazlo aquí, en ti ciudad. Y añadió: Os aseguro que NINGÚN PROFETA ES BIEN RECIBIDO EN SU PATRIA.

No es fácil escuchar nuestra voz más auténtica. Por no perder a nuestro grupo de referencia estamos dispuestos casi siempre a traicionarnos a nosotros mismos. En verdad la traición de la singularidad es el pan nuestro de cada día, puesto que nadie quiere nadar a contracorriente; resulta incómodo, fatigoso y difícilmente se llega lejos. Los otros nos dejan solos en cuanto ven que no queremos ser como ellos. Pronto nos califican de bichos raros, de casos excepcionales -dignos de estudio-, de casos perdidos incluso. No es uno de los nuestros, se dicen entre sí. Has cambiado, nos aseguran. Y están en lo cierto: desde que estás en las cosas del espíritu, tu mundo es otro.

No es que te hayas apartado o de que seas un marginal, sino que tu interés por Dios te ha hecho entrar en otra esfera: tienes otros intereses, lees otros libros, vas con otras gentes, pasas tu tiempo libre de otra forma. Tu corazón, en pocas palabras, está en otro sitio. No hay buscador espiritual de verdad que no haya pasado por todo esto: el extrañamiento de lo propio, la pérdida de la vieja patria.

Hay que dejar de pertenecer al mundo para pertenecer a Dios. Tus padres y tus hermanos no son ya tus verdaderos padres y hermanos. Por supuesto que lo son, pero ya no es lo mismo. Tus verdaderos padres y verdaderos hermanos son aquellos con quienes compartes el camino espiritual; también ellos han escuchado su propia voz y se esfuerzan por cumplirla. Es en ellos donde encuentras estímulo y descanso. ellos (por muy diferentes que en apariencia sean a ti) son ahora en el fondo tus iguales. Los vínculos de sangre son relativos, lo absoluto es la nostalgia de esa Voz.

Te dirán que no hace falta ser tan radical. No juzgues todo lo que te digan en este sentido y mucho menos los juzgues a ellos. Es que no creen que sólo Dios baste. También ellos tienen su nostalgia del absoluto, pero a mil metros bajo tierra, pues les aterroriza. ¿Por qué ir por un sendero inexplorado -te preguntan- habiendo tantas autopistas cómodas y seguras?

Con el paso del tiempo, diluido un poco tu entusiasmo inicial, también tu te preguntarás: ¿No será esa voz, después de todo, una mera ilusión? ¿No tendría que fiarme de mi gente, que tanto me quiere? ¿No me habré equivocado? ¿No estaré exagerando?

Es entonces cuando mirarás hacia atrás con melancolía, a lo que fuiste, y cuando descubrirás que ya no te apasiona tanto lo que tuviste y lo que en su día tanto te entusiasmó. Ése, justo ése, es el instante perfecto para empezar la aventura espiritual. No tienes ya el ardor del horizonte -como al principio-, pero tampoco el consuelo de lo que dejaste. Todo está al fin lejos: tu pasado y tu futuro. Estás por fin en el presente, puedes vivir de la fe. No eres el hombre o la mujer que dejó la casa paterna (tu mundo anterior), pero tampoco el hombre o la mujer que tu voz te había dicho que podías ser. No eres quien eras ni quien deseabas ser, puedes empezar a ser tú.

Sólo a la intemperie hacemos la experiencia del ser. Cuando no se puede regresar ni avanzar, sencillamente eres. Pero antes de todo eso hay, como no podía ser de otra forma, desconcierto, llanto, protesta, agotamiento, rendición y abandono al fin… todo lo que sucede cuando ya no sabes qué más puede suceder es lo espiritualmente interesante.

Uno quisiera crecer sensatamente, poco a poco, sin accidentes… quisiéramos crecer sin tener que tropezarnos ni darnos de bruces. Sin sentirnos perdidos. Sin protestar. Sin mirar hacia atrás con nostalgia, sin arrepentirse por haberse fiado de una voz de la que tantos te habían aconsejado no fiarte. Pero no. Definitivamente no es posible crecer sin error, aunque sí vivir ese error sin drama. O al menos sin instalarse en él.

Cuesta aceptar que los cristianos siguen a un fracasado. Nadie ha dicho con suficiente claridad que la historia de Jesús fue, a fin de cuentas, un completo fracaso: su familia lo tomó por loco; su pueblo le llevó al patíbulo; el poder religioso y político de su tiempo le sentenció y se lo quitó de en medio; sus discípulos le abandonaron… ¿Cómo no puede fracasar quien pretende cambiar el fundamento mismo de la sociedad, la forma de relacionarse con el pasado y con el mañana, con los otros y con Dios?

Pablo d’Ors, Biografía de la luz