DIUMENGE II durant l’any / A / 2023

 

Llegeix la Paraula de Déu

Llegir el Full Dominical

 

 

Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.

 

Lectura Espiritual

El divorcio (Mc. 10,2-9)
Solo donde no hay división nace y pervive el espíritu.

Cuando dos personas se aman, lo que desean en el fondo de sus corazones es que eso que están experimentando el uno por el otro perdure para siempre, no sólo unos pocos años. Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre es un precepto (o más bien una aspiración) que recoge y ratifica esta aspiración humana fundamental: que este amor del que podemos llegar a disfrutar sea eterno, que lo circunstancial nunca venza sobre lo esencial.

Lo que no hay que separar es el espíritu de la ley, al rito de la fe, al ser humano de su Fuente. La actitud farisaica se caracteriza por dar preponderancia a la ley sobre el espíritu, de ahí que los doctores de la ley estén preguntando a cada rato sobre la licitud o la ilicitud de determinados comportamientos. Pretenden ajustar la vida a una prescripción para vivir sin problemas de conciencia o, lo que es peor, para tener una arma más poderosa e irrefutable con que acusar al prójimo incapaz de ajustarse a la normativa.

 Ante esta calamitosa situación, lo primero que hace Jesús es entrar en el territorio de la pregunta, pero para desarticularla desde dentro, remitiéndoles a su propia tradición: ¿Qué os ha dicho Moisés? Porque Jesús no reniega de sus antepasados, pero se atreve a ir más lejos. No actúa por afán polemista, sino porque sabe que la historia del espíritu tiene un progreso: hay cosas que hoy pueden verse y decirse mejor que años o siglos atrás. Hay cosas que deben decirse y vivirse de manera diferente. La renovación es la clave para que la fidelidad no degenere en mero conservadurismo.  Es más: el simple mantenimiento de un legado, sin su renovación, supone tantas veces una velada infidelidad.

Los guardianes de la ley y los representantes oficiales de la religión difícilmente estarán conformes con ninguna de las nuevas representaciones. Ni lo estuvieron en tiempos de Jesús ni pueden estarlo ahora. Por eso mismo, Jesús les recuerda los orígenes (Dios los creó hombre y mujer) y la finalidad de la Creación (para que sean una sola carne). Dicho de otro modo: les advierte que en un principio reinó una unidad que no niega la diferencia (hombre y mujer), y que, al término de la historia, reinará de igual manera esa unidad (de modo que ya no sean dos).

Esta enseñanza concluye con esta advertencia: Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Porque nosotros tendemos a separar, dividir, escindir, divorciar… Frente a esta arraigada inclinación, la oración contemplativa es el antídoto más eficaz. Porque al orar tendemos a reunificar lo que estaba dividido o separado para ver el mundo como Dios lo ve. Ahora bien, entrar en la lógica de Dios implica abandonar nuestro antiguo modo de pensar y de sentir. Sólo así podremos abrirnos a otra perspectiva, radicalmente diferente e infinitamente más honda.

Claro que este pasaje no está hablando sólo del divorcio entre esposos, sino del repudio de la mujer en general, y sus asociaciones culturales que ensalzan la inteligencia y la voluntad -asociados tradicionalmente al varón- y rechaza, por contrapartida, a nuestra mujer interior, que representa -todavía hoy- lo emocional y lo corporal.

Nuestra tendencia a la antítesis y a la oposición (masculino- femenino, cuerpo-mente, acción-contemplación…) revela lo lejos que aún estamos de la síntesis e integración, propias de toda vida espiritual. Pero la inteligencia y la voluntad, sin el cuerpo y las emociones, dejan de ser humanas. Separando al hombre de la mujer, destruimos al hombre y a la mujer. Si llegada cierta edad dejamos al padre y a la madre (el hogar), es precisamente para hacer la aventura de la unión: ser una sola carne con el mundo y con Dios.

Pablo d’Ors, Biografía de la luz