Diumenge II d’Advent / B / 2020

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Lectura Espiritu
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La oración de la estupidez

La expresión es de Ronald Knox, y con ella designa una clase de oración que consiste en una especie de captación general de Dios, con un vago y más o menos indiscriminado movimiento de la voluntad hacia Él. El orante se encuentra en una actitud de oración, pero sin dirección ni determinación específicas aunque lo -desearía- hacia actos particulares de pensamientos, de afectos, de determinaciones.

Es una clase de oración de la que, sin duda, todos tenemos experiencia. A veces nos habremos levantado de nuestro sitio con la seguridad de que no hicimos oración en modo alguno, con una clara sensación de fracaso. Mantuvimos el tiempo asignado a ese ejercicio pero las distracciones, la atonía general, el malestar físico o simplemente la permanencia a ras de tierra nos llevaron a a esa oración de la estupidez.

Tendríamos que preguntarnos, por principio de cuentas, si este modo de orar -o de no orar- es causada por nuestra dispersión o por nuestra negligencia, por la suma de infidelidades a las mociones interiores o por habernos dejado atrapar por cualquier distractor o adicción. Si no es el caso, la oración de la estupidez es una gracia enviada por Dios para hacernos comprender una verdad muy sencilla: que es Él quien conduce todo el proceso, y de nosotros espera docilidad y paciencia. Debemos estar contentos de ser mendigos ante Dios, dándonos cuenta de que nuestra pobreza es el título más valioso ante su generosidad, y que debemos abrazar esa pobreza, confiando alegremente en la compasión misericordiosa de Dios que es nuestro Padre, nuestro Salvador y nuestra Suficiencia.

El riesgo sería, ante el aparente fracaso de la oración, o abandonarla, o pretender volver a las meditaciones discursivas que en otro tiempo nos fueron útiles. Quizá en épocas pretéritas nuestra inteligencia bastaba para adquirir y especular en torno a ideas espirituales, utilizándolas para encender nuestra voluntad. Eso nos hizo crecer y fructificó. Pero ahora ya no nos son útiles para seguir creciendo. Por el contrario, esos raciocinios vienen cada vez con menos facilidad durante el tiempo de la oración. Ahora el pensamiento parece que cae en un silencio tosco y plano, roto tan solo por actos medio informes y por una multitud de distracciones.

¿Cuál es el remedio? (La respuesta, la semana que viene).

Ricardo Sada
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